Si con esta receta no lo convence, déjelo
Su majestad el chocolate y El Herbario
A mi esposa chocolataedicta, chocolatosa, chocolatera, chocoenfermiza, chocohólica.
Como ya lo había dicho alguna vez y no me equivoqué, de mi mujer tener que escoger entre el chocolate y el marido no tengo ninguna duda de que me cambiaría por una barra de Santander al 70%. Ella me explicó por qué y tiene razón.
Después de que hice un curso para pastelero y repostero en Argentina por orden de ella que me mandó para que le aprendiera a preparar postres de adivinen qué, donde aprendí a reconocer las virtudes mágicas de este fruto legendario del cacao y practiqué entre nubes de escocés, bifes y empanadas cordobesas, mi experiencia me dice que no importa lo que usted prepare o sirva, nada genera más elogios, emociones, excitación y hasta suspiros, que un buen postre con chocolate. Aprender a distinguir, a tocar, oler, catar, sentir, ligar, templar, unir, mezclar y saborizar este ingrediente vital, es un viaje entre aromas y sabores que enloquecen con facilidad y me recuerdan permanentemente a la doctora Susan, mi dietista, a quién me le sigo escondiendo por excesos de chocolate y otras cositas, pero con muchas disculpas válidas. Más ahora que la Nacional de Chocolates nos da el lujo de conseguir el Chocolate Santander en los supermercados ya que siendo el primero de origen en nuestro país, tiene toda la demanda del mundo en mercados especializados, bastante cultos de paladar y exigentes; no es extraño que haya sido tan premiado en catas de chocolateros en Europa y Estados Unidos. Además doctora, un chocolate bueno además de rico es buenísimo para la salud.
Y si el amor tuviera sabor, con seguridad que sería como el del chocolate; además porque uno de buena calidad se derrite a la temperatura del cuerpo lo que lo hace ideal para los preámbulos y juegos sobre la piel. Por eso a las amigas de mi esposa que aún no consiguen el tan deseado sí, les regalo esta receta para que lo enloquezcan y lo cojan desprevenido un sábado de guayabo puntudo…si aún así nada, entonces nada de nada.
Postre para llevarlo directo al altar, o por lo menos para que la invite a acampar a la orilla de una quebrada. Ganache, melocotones y crema batida. Para la ganache, que es una salsa elemental pero exquisita y efectiva para el amor, pique tres barras de chocolate de 70 gramos, con el porcentaje de cacao que él prefiera para que le quede más o menos dulce o amargo, precisamente como el amor. Caliente 200 gramos de crema de leche y viértala lentamente sobre el chocolate picado, revolviendo constantemente hasta obtener una salsa suave, espesa, oscura y brillante. Aparte, bata una taza de crema de leche fría con dos cucharas de azúcar hasta que dé picos o punto de nieve y póngale unas gotas de vainilla o un tris de canela. Colóquese los duraznos fríos en su ombliguito, encima ponga mucha ganache y mucha crema batida, o al revés, y mátele el ojo al bobo de su novio si todavía no se le ha venido encima. A mí me va a dar algo, ya me dio. Si con todo y eso no le propuso, como dice Maury de América: ahí no hay nada. Échelo de una.
Ahí está la Virgen. Cerquita de mi trabajo, en el barrio Manila, los colegas de Melody Lounge, a quienes antes solo conocía de vista, montaron un restaurante que me encantó: El Herbario. Vale la pena ir porque la carta es rica, los precios razonables, la cava muy completa y los dueños son amabilísimos, además la locación es moderna, fresca y cómoda. Se nota que el chef es artista. Allí estuvimos un combo de cocineros con la famosa Tere Vélez que es una dura y según ella y todos, sin duda se lucieron. A mí lo que más me gustó fue el postre de arequipe (que pena doctora pero creo que era con arequipe dietético).
Por otro lado a los muchos que han llamado interesados por la nota sobre Cocina, Campo y Madera preguntando cómo reservar, el teléfono es 562 5763, El Retiro.