El aumento de homicidios en Medellín es un pendiente dentro de los resultados de la Alcaldía, en su estrategia de seguridad. En 2016 fueron 534 casos y en 2017 hubo 581.
El mes de junio pasado fue el del mayor número de muertes violentas en Medellín, en los últimos años (64, según la última cifra conocida), y los datos del julio que atravesamos no son tranquilizantes. Es una situación deplorable para nuestra sociedad, y en especial para todos quienes defendemos la vida y creemos que nada justifica el asesinato. Pero, además, esta es una condición que afecta las posibilidades de mejor vivir para todos en esta urbe, no solo de familiares, amigos o de habitantes de los sectores de la ciudad donde están ocurriendo, con más frecuencia, esos asesinatos.
Las muertes violentas son un indicador muy fuerte de la seguridad en la ciudad (que incluye otros delitos contra la integridad y los bienes de los ciudadanos), el cual, junto a los de avances en medio ambiente, servicios básicos, movilidad, salud, educación, empleo, cultura, recreación etcétera, hacen parte de la calidad de vida de cada uno de los habitantes de este territorio. El deterioro de la seguridad no anula el efecto de los programas sociales, pero los cuestiona, les limita su efectividad, los pone en riesgo, junto al futuro de la ciudad toda.
El aumento de homicidios en Medellín es un pendiente dentro de los resultados de la actual Alcaldía, en su estrategia de seguridad (que es la bandera de su propuesta de gobierno), ya que, en los dos primeros años de su mandato fueron 534 casos (2016) y 581 casos (2017). Hoy tenemos un aumento de más del 23% en muertes violentas en la ciudad, cuando la meta de la propia alcaldía es de no superar el 10.3%.
Los datos que presenta el alcalde, al responder al informe de calidad de vida de Medellín Cómo Vamos, sobre otros delitos que afectan la seguridad y la calidad de vida de los ciudadanos, muestran alguna reducción en modalidades como el hurto de vehículos y de motos, el robo a comerciantes o entidades bancarias y los casos de violencia intrafamiliar. Sin embargo, las cifras del propio Medellín Cómo Vamos, que son tomadas de informes oficiales, señalan que entre 2016 y 2017 el hurto a personas pasó del 7% al 9%, y la extorsión o vacuna pasó de 1% a 2%.
Uno espera que las autoridades cumplan su papel y logren controlar los brotes de violencia y delincuencia en Medellín (que tienen su más perversa expresión en ese desprecio por la vida), asociadas al control territorial de bandas en los barrios, preservando la integridad de los ciudadanos, pero no una existencia en zozobra y bajo el yugo de la desigualdad, la falta de oportunidades y la primacía de los extorsionistas, sino una vida con calidad, en la que el esfuerzo diario por un mejor vivir, individual y colectivo, rinda sus frutos.
Hay que defender la vida, con calidad, esto es, seguir rechazando cada muerte, tomándola como propia, para que no se pierdan, con ella, los esfuerzos en materia de mejoramiento de las condiciones en la ciudad y se pueda seguir superando la desigualdad que es nuestra peor característica. Asunto difícil, pero posible.