La gastronomía, este arte preciso que combina conocimiento, tradición y ciencia, se encuentra en la intersección del sabor, la nutrición y la innovación. A lo largo de los siglos, el acto de “cocinar” ha evolucionado mucho más allá de la simple preparación de alimentos para convertirse en una búsqueda perpetua de excelencia y placer, donde cada plato es a la vez una artesanía y una respuesta técnica a deseos sensoriales, cuestiones culturales y nutricionales. Es en este universo culinario que me pregunto sobre el rol de los padres en la formación de los paladares de sus hijos, y en particular, del mío con mi hijo Lucien.
Lea todas las columnas de Jean Edouard Tromme aquí.
Y es que estoy convencido de que para tener un paladar afilado hay que trabajarlo. Amar la comida no es suficiente; aunque sea un buen punto de partida, eso se comparte probablemente con el 99% de la humanidad. Es mi rol fundamental alimentar la curiosidad y estar abierto a la alteridad para permitirle al paladar generar memoria. Si los padres nos limitamos a proveer lo que le gusta comer a los hijos, dar lo mismo una y otra vez; y, además, se resisten a descubrir nuevos sabores y abrirse a otras experiencias, estamos en serios problemas…
Para nadie es un secreto que la educación gastronómica comienza desde la infancia. Posteriormente, es con base a nuestra alimentación a lo largo de nuestra vida que creamos sensaciones positivas o negativas relacionadas con la comida. Es por eso que con mi hijo trato de inculcar no solo la apertura a la novedad, sino, también, explicar que a través del gesto anodino de comer, están en juego nuestros orígenes, nuestra cultura, nuestras tradiciones familiares, nuestra economía, etc. Y estoy convencido de que el confinamiento por el COVID-19 ha tenido un impacto positivo en la toma de conciencia de las familias sobre su alimentación y la de sus hijos. Y aunque no estoy convencido de que el efecto del confinamiento ha persistido, una proporción de personas que se acercaron a la cocina sigue de manera esporádica y, sin duda, con menor frecuencia preparando algunas recetas, ¡vaya oportunidad!
Lea también: Desdramatizar los errores y fomentar el goce
¿Cómo hacer para liberar a nuestros hijos de los “preconceptos”, del miedo a lo desconocido y de los malos recuerdos vinculados a determinados alimentos? ¿Cómo no transmitirlos automáticamente y permitir que Lucien logre amar la cocina, crear sus paletas de sabores y reinventar sus propios gustos?
Por lo general, el grupo de los malos recuerdos relacionados con la comida se erige en el peor enemigo de este proceso, además de los productos preparados con prisas, de mala calidad, aun brindados en ambiente emotivo cordial en las mesas. Qué desafío.
¿Quién no tiene buenos recuerdos de un plato de su abuela o de la aquel plato del domingo compartido en familia? Cocinar es una excelente manera de transmitir un legado culinario y crear recuerdos duraderos. Me he puesto como tarea enseñar a mi hijo recetas de los abuelos, esperando luego que sea él quien comparta mis secretos culinarios con sus propios hijos.
¡Tantas magdalenas Proust que viajarán en el tiempo!