Saleros, vinagreras, pimenteros, azucareras, pinzas, servilletas, hieleras, corbatines, cubiertos, manteles, bandejas, candelabros, salseras, samovares, vajillas, copas, ceniceros y vasos, constituyen una mínima parte de los accesorios que todo restaurante debe poseer de alguna manera. Si bien la sabiduría popular dice que “el hábito no hace al monje”, estos accesorios significan para un restaurante lo que el ajuar es para una reina de belleza.
Me explico: todos sabemos la importancia que para cualquier reina posee su vestuario; sin embargo, también es sabido que la alta costura no les asegura su triunfo, pues este dependerá de otros dos significativos factores: belleza física y su personalidad. Depuraré mi analogía: saleros, vinagreras, pimenteros y salseras son equivalentes a pomadas, bases y mascarillas en el maquillado de la reina; cubiertos, cristal y candelabros cumplen el papel de pulseras, collares y brazaletes; servilletas y manteles equivalen a bufandas y pañuelos; samovares, ceniceros y bandejas son tan importantes como sombreros, zapatos, carteras y así sucesivamente. En cuanto a la belleza física y la personalidad veo las cosas de la siguiente manera: iluminación, mobiliario y decoración hacen la atmósfera principal del restaurante, la cual puede homologarse, en sus debidas proporciones, con los atributos físicos de la reina; atributos la mayoría de las veces mejorados con un rápido e intensivo curso de glamour lo cual corresponde en el restaurante a los correctivos que sobre la marcha se hacen en organización y servicio.
Así las cosas, me resta comparar un aspecto sobre el cual poco hay por hacer en el caso de las reinas, pero mucho en el caso de los restaurantes: su personalidad. Respecto a ellas, me limito a considerar que su personalidad es casi inmodificable en el corto tiempo que dura un reinado; pero en cuanto a los segundos, esta personalidad, que prefiero llamarla estilo, sí puede modificarse en cuestión de varias semanas.
Dejando de lado las reinas, me dedico a este último punto: el estilo es una cualidad integral en la que todos y cada uno de los aspectos mencionados anteriormente tienen su función así: el diseño del salero y su efectividad; la camisa del mesero y su servicio; la comodidad de la mesa y su estabilidad; el afán de su dueño; la amabilidad de su jefe de comedor; la sazón de su chef, y, obviamente, la originalidad y presentación de su carta. Y no es un asunto de nombres originales en sus platos, es ante todo mantener una excelente confección e igual presentación en cada una de sus recetas.
Convengamos: los restaurantes deben lucirse con los pequeños detalles en sus guarniciones y en el diseño de sus accesorios: es dicho conjunto el que marcará la diferencia. Quede claro: el estilo es la mezcla de la infraestructura material del restaurante con el patrimonio humano del mismo y termina siendo la manera de ser de todo el restaurante en su conjunto. Estoy seguro de que tanto en Medellín como en Cafarnaúm existen más restaurantes con estilo que reinas con personalidad.
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