El nombre de waffle se conoce y se pronuncia en Antioquia y en todo el país, desde mediados del siglo pasado (finales de los años 50) debido a la aparición en tiendas y supermercados de unas galletas dulces con dicho nombre (aún vigentes) y además con una presentación que en miniatura simulaba las cuadriculas que caracterizan su versión original. De igual manera, es a finales de los años 50 que se instalan en Colombia (Medellín, Bogotá y Barranquilla) los almacenes Sears, en cuya oferta especial de electrodomésticos, la wafflera se destacaba entre licuadoras, tostadoras, grilles, sanducheras y termos, como un equipo absolutamente suntuario. En otras palabras, escasas eran las familias antioqueñas en donde la gerente del hogar, en un gesto de vanguardismo culinario, reemplazaba al desayuno la tradicional arepa por el moderno waffle.
Actualmente, en Medellín existen tres empresas diferentes que tienen sitios de venta en distintos lugares de la ciudad, es decir, si no todo el mundo los ha probado, al menos la gran mayoría los ha visto. No voy a tomar partido por uno u otro, me limitaré a decir que me encanta constatar una oferta variada en masas y recetas, otorgándole cada una su toque de diferencia. Siempre degusté esta preparación como un representante de la cocina dulce; sin embargo, hoy veo que numerosas y reconocidas salsas y aderezos de la cocina de sal, hacen maridaje con su masa. No soy un experto en este amasijo; por asuntos del destino tuve el privilegio de vivir varios años en Bélgica y jamás podré olvidar los aromas callejeros de sus waffles, hoy famosos en el mundo entero tanto o más que su cerveza. Quien llega por primera vez a este país y se pasea por las calles de Amberes, Brujas, Lieja o Bruselas, se demora en entender porqué en algunos sectores de dichas ciudades el aire de su atmósfera es delicadamente perfumado: la causa es la contundente volatilidad de los aromas que exhala la receta del auténtico waffle belga… no en vano el más famoso del mundo.
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