En más de una ocasión hemos hablado de Chile en esta columna, y hoy quiero volver a conversar sobre ello. Hace algunos días tuve la oportunidad y fortuna de cruzar la cordillera y permanecer en Santiago una semana. “¿Y que tal si este jueves vamos a Valparaíso a almorzar?”, nos dijeron unos amigos. Teníamos buenas referencias sobre la ciudad y su gastronomía y aceptamos la propuesta.
Chile ha desarrollado en los últimos años una moderna y envidiable infraestructura en vías de comunicación, empezando por la red de túneles que recorren el subsuelo de Santiago que permiten en pocos minutos cruzar la ciudad, y que enlazan con algunas autopistas; la más importante es la 5, que va desde Santiago hasta Puerto Montt -en el Sur- y La Serena -en el norte-.
Tomamos la ruta 68, una autopista de 115 kilómetros y cuatro carriles que une a Santiago con Valparaíso y Viña del Mar, recorrido que, cómodamente, se hace en poco más de una hora; en el camino encontramos el Valle de Curacaví y el Valle de Casa Blanca, plantado con viñas del aromático y fresco Sauvignon Blanc.
Si se dispone de tiempo, se podrá hacer una parada para visitar alguna de las bodegas situadas a la vera del camino o entrar a pequeños puestos o restaurantes donde venden empanadas de pino (carne) o de ostiones y camarones, o pan recién amasado cocido en horno de leña, que quedarán maravillosamente acompañados con una copa del vino blanco de la zona o del tinto proveniente del cercano Valle de Calchagua.
Unos kilómetros más adelante, la ruta llega a un gran balcón que mira en la lejanía al océano Pacífico, con la bahía de Valparaíso y el puerto a sus pies, el que antes de la construcción del Canal de Panamá fuera el más importante de la costa occidental de América. Valparaíso fue declarada en 2003 por la Unesco patrimonio de la humanidad. Fue construida casi totalmente sobre los 45 cerros que bordean su costa; son famosos los ascensores que se construyeron hace más de 100 años para facilitar el acceso a ellos, conservando aún testimonios de su antigua grandeza
Después de un corto paseo nos dirigimos a los cerros Bellavista y Concepción, balcones privilegiados sobre la bahía y el puerto. En los últimos años han sido parte de un plan de recuperación de patrimonio urbano y arquitectónico, con intervenciones en residencias, ahora convertidas en confortables y elegantes hoteles boutique o restaurantes.
De estos últimos visitamos dos: “El Turri” y “La Concepción”, con cocinas que privilegian el producto local: peces y mariscos recién sacados del mar y verduras frescas provenientes de los valles que cruzamos en el camino. Encontramos en ellos esos sabores que perseguíamos: los de la verdadera cocina local con toques equilibrados de modernidad en cocción, presentación y gusto.
¡En su visita a Santiago vale la pena una escapada a Valparaíso!
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Buenos Aires, septiembre de 2013.
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