Un tal Don Nicanor

Dizque no hay nadie irreemplazable, dicen. Lo que sí es que hay excepciones que confirman la regla

/ Etcétera. Adriana Mejía

Se diría que de Nicanor Restrepo Santa María se ha dicho todo. Pero no. De un ser humano integral, como lo fue él, siempre habrá algo nuevo o distinto qué decir. Porque, al igual que los cometas, las personas de sus calidades no pasan muy frecuentemente cerca de la tierra; de nuestra tierra. Y no es que aflore este sentimiento colectivo de pérdida por cuenta de la frase aquella “no hay muerto malo”. Es que en vida, el aprecio, la admiración y el respeto que suscitaba eran generales. En temas de empresa, de gobierno, de política, de paz, de educación, de cultura, de conocimiento, de saberes de vida…, su amable presencia y su sabia opinión eran fundamentales. No solo para los antioqueños, que aquí no cuenta el regionalismo –aunque, la verdad, sí nos sentimos muy orgullosos de que haya sido paisa–, sino para los colombianos tan proclives a que cualquier idea, compatriota u acontecimiento nos polarice hasta los límites de la irresponsabilidad. Sí que va a hacer falta en medio de la crispación que nos aqueja.

Al Doctor Nicanor –como cuenta haberlo llamado siempre su amigo el rector de Eafit, Juan Luis Mejía, por puro respeto– le cabía el país en la cabeza, mucho más que a tantos políticos “casaderos” que con tal de no quedarse solterones de poder, se le apuntan a bailar con la más fea. Pero no había nacido para politiquear, los honores lo tenían sin cuidado. Fue uno de los últimos poderosos (¿el último?) que bien pudo haberle resuelto a Darío Echandía su famosa interrogante histórica: “¿el poder para qué?”. Para servir, hombre, y dígame Nicanor, es muy probable que le hubiese contestado. La pedantería de la que hacen gala tantos “doctores” que no son “dones”, le era ajena. Él era por sobre todo un Don.

Mi relación con Restrepo Santa María no fue de amistad, fue profesional. De periodista a personaje. Era el entrevistado que todos los novatos de la sala de redacción nos peleábamos por allá en los ochenta porque, además de que nos hacía sentir dignos de atención –mientras otros de menos pedigrí, desmotivados por nuestra inexperiencia, ni siquiera nos atendían–, nos sembraba inquietudes, nos aconsejaba, nos enseñaba. Nos permitía salir de su oficina cinco centímetros más altos y seguros de que con honradez, responsabilidad y muchas ganas podríamos comernos el mundo. Cómo no vivirle agradecidos.

De su auténtica sencillez habla esta pequeña historia: un día cualquiera, cuando era gobernador de Antioquia, llegó a hacer visita a El Mundo sin avisar y en plena hora de almuerzo. “No lo puedo dejar entrar porque el director no está, usted verá si lo espera”, le notificó ese muro de contención que era Ramoncito, el portero. Al ver que el tiempo se alargaba, el sol quemaba y el visitante no se movía, le facilitó un banco y lo dejó sentar bajo el alero de la entrada del periódico, no sin regañarlo por no haber pedido cita con antelación. Hasta que el visitante le sugirió que llamara a alguno de los muchachos periodistas a ver qué pasaba. “Aquí tengo hace rato a un tal Don Nicanor que no se quiere ir hasta que alguien lo atienda; ¿qué hacemos?”. Los dos o tres redactores que estábamos disponibles en ese momento bajamos como por entre un tubo sospechando quién era el encarte de Ramoncito. Al pobre se le fue el habla cuando le dijimos que era el gobernador. El tal Don Nicanor, en cambio, soltó la carcajada, lo tranquilizó por haber cumplido con su deber y le prometió que seguiría pidiendo cita. Eso sí, que le mandara a arreglar las patas flojas al banco, por si acaso.

Dizque no hay nadie irreemplazable, dicen. Lo que sí es que hay excepciones que confirman la regla, digo.

Etcétera: “Yo creo que hay cosas como la felicidad y la paz que son enunciados que tiene el ser humano, a las cuales no llega jamás de manera absoluta. Pero de lo que sí no hay duda es de que la terminación del conflicto es el proceso de construcción de paz en una sociedad pluralista y democrática”. (El Espectador, abril 20 de 2014).
opinion@vivirenelpoblado

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