La lujuria del micrófono y de las redes sociales nos trae a los colombianos de a pie, por la calle de la amargura; al primer mandatario, sus funcionarios y opositores, por la de la desmesura. Si al menos uno que otro deslenguado contara hasta diez antes de reaccionar, se refrescarían, seguro, mapa y territorio. El actual bullicio roba tiempo al discernimiento y respiro a la cordura.
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El gobierno machaca la idea de paz total, mientras caza peleas con contradictores –“Se está fraguando un golpe blando”-, empresarios, universidades privadas, Cortes –“Han decidido la ruptura institucional”-, con todo lo que se mueva fuera del firmamento chato de nuestro país, ahora también mesiánico. (Antes del 7 de agosto del 2022, nada estuvo bien en Colombia).
El Presidente, experto en evadir responsabilidades -no tuvo nada qué ver con la toma del Palacio de Justicia por el M19 al que pertenecía; no tuvo nada qué ver con el reciente escrache a los magistrados durante la manifestación que convocó; no tuvo nada qué ver con la crianza del primogénito que engendró ni con la pérdida de los Juegos que ignoró…-, echa siempre la culpa a los demás. Y le funciona. Descresta por fuera –le infla el ego-, decepciona por dentro –le importa un rábano-. Para lidiar con eso están los ministros.
Ay, los ministros… Dos botones van de muestra: el de Salud, energúmeno él, en relación con la reforma dijo:
”Vamos a necesitar más recursos, entonces, no nos jodan a nosotros. Pongamos a los empresarios a que paguen. Aquí estamos para defender a los pobres y no a la élite” (A t-o-do-s, señor Jaramillo).
Y en relación con el nombramiento del director de la Nueva EPS, criticado por sus precarios logros anteriores:
“Les produce escozor porque no es blanco, grande, buen mozo y artista”. (Al que parece producirle escozor es a otro). Estigmatiza, divide, violenta.
Y la de Agricultura, resentida ella, la emprendió contra la prohibición de cortar las aletas a los tiburones: “Es un decreto odioso, de gomelos o de los yupicitos, dice nuestro Presidente. Dando una muestra clara de lo que es el racismo, pero por eso decimos que el pueblo se tiene que movilizar”. (Proteger al tiburón es proteger al océano y, por ende, al planeta y al género humano; no propague ignorancia, señora Mujica). Estigmatiza, divide, violenta.
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ETCÉTERA: La algarabía tras la marcha del 8 de febrero en Bogotá es fuera de serie: la procuradora Cabello se apresuró a calificar de “secuestro” el asedio de la turba a los magistrados; el jefe de Estado culpó de nuevo a los medios por su “narrativa”; los magistrados denunciaron y rechazaron presiones indebidas; el ministro de Justicia se atrevió a conceptuar que había sido un abuso del derecho a la protesta; la senadora Cabal clamó por un General Arias Cabrales que defendiera la democracia; la pensadora del régimen, la señora de Francisco, invitó a una “resistencia blanda” que no entiende sino ella; Gustavo Bolívar adivinó que los vándalos eran infiltrados; el Secretario de la OEA, desatinado, fustigó a los togados por no haber elegido Fiscal; la revista Semana revivió el holocausto de 1985; el ex vice, Pacho Santos, trinó que tocaría organizarnos para una guerra civil… Que batalla verbal tan brava, un año de silencio no sería suficiente.