Ni soy uribista, ni fui maoista. Me explico: el diminutivo con el cual he titulado esta crónica no obedece a una paternalista manera de ver las cosas bellas, ni mucho menos a una mirada almibarada que pretenda que todo lo pequeño es bueno. En cuanto al asunto de obligatorio, utilizo este adjetivo recordando la exigencia de lectura que tuvo durante la Revolución Cultural China, de finales del siglo pasado, el famoso Libro Rojo de Mao. |
A principios de este año llegó a mis manos un hermoso libro titulado: “Sabor a Campo, recetas de cocina sencillas y económicas”. Se trata de una publicación sin pretensiones, ajena a espectaculares fotografías, con una diagramación impecable, un formato práctico y un excelente e importante contenido. Desde su primera página fui cautivada en su lectura pues me encontré -no un recetario más- sino una silenciosa e importante investigación de profundo contenido social y con un glosario de maravillosas propuestas tanto de sabor como de economía doméstica. Sabor a Campo es ante todo un tratado culinario de aquella categoría que actualmente tiene absoluta vigencia: seguridad y soberanía alimentaria, la cual su autora define como: “el derecho de cada ser humano a decidir qué productos quiere cultivar y consumir y el derecho a acceder a una alimentación nutritiva, sana, limpia (productos cultivados sin agrotóxicos), balanceada y variada, haciendo un uso más amigable del suelo, del agua y del aire, dirigida a las familias colombianas tanto campesinas como urbanas con el único fin de que puedan mejorar su alimentación y su salud”. Tal y como se lee en su presentación, las recetas seleccionadas para este libro son económicas, nutritivas y sencillas de preparar. Emplean productos de fácil producción o consecución, de bajo costo y de alto valor nutritivo, rescatando el uso de recursos locales como el chachafruto, el bore, el árbol del pan, la bellota y las cáscaras de plátano, los cogollos y las hojas tiernas de la cidra, la auyama, la caña brava, la iraca y muchos otros productos que con frecuencia se pierden y pocas veces son empleados en la alimentación humana. A continuación voy a relacionar un breve listado de recetas -entre las muchas y muy sugestivas que presenta el libro- las cuales estoy convencida de que llamarán la atención de todos aquellos que como yo adoramos los avatares del fogón y más aún cuando se nos propone utilizar productos que jamás nos hubiésemos atrevido a involucrar en nuestros peroles. Veamos: Ensalada sorpresa (de cidra, cidrayota y guasquilia); ensalada de flores (sietecueros, violeta, capuchina, pensamiento, albahaca); flores de calabaza (vitoria) o auyama fritas; croquetas de acelga, espinaca y alverja; guiso de cogollo de iraca; guiso de cogollo de caña brava o chulquín; sopa de cáscaras de guineo; torticas fritas de chachafruto; natilla de guandul; tamales de masa de guineo o murrapo; bizcochuelo de Sagú; hojuelas de mafafa; asado de hojas de malanga; envueltos de semillas del fruto del árbol del pan. Aunque soy coleccionista de recetarios de cocina, no me dejo descrestar con majestuosos libros de gran formato (libros para centro de mesa de salón) cuya edición es impecable y se apoya básicamente en sugestivas fotografías. A partir de hoy, Sabor a Campo -con sus sencillas viñetas, sus interesantes cuadros sinópticos y su importante contenido- entrará en mi colección de recetarios convirtiéndose para mí en manual de permanente consulta, y desde ya, lo aconsejo como libro de obligatoria presencia en la biblioteca de quienes como yo viven de la cocina; igualmente haré todo lo que esté a mi alcance para que se convierta en un texto de consulta en la numerosas academias de cocina que hoy funcionan en Colombia. |