/ Jorge Vega Bravo
Según Juan-Eduardo Cirlot, los titanes son las fuerzas salvajes de la naturaleza naciente. En la mitología griega los titanes son una raza de dioses que gobernaron durante la legendaria edad de oro y precedieron a los dioses del Olimpo. Cronos, el más joven de los titanes, derrocó a su padre Urano a instancias de su madre Gea. En una segunda generación de titanes estaba Prometeo, quien, según el mito, recuperó el fuego para los hombres. En muchas culturas pervive la intuición de seres gigantescos, que precedieron la evolución del hombre actual y que para R. Steiner y E. Schuré (1841-1929) corresponden a la humanidad atlante, estadio previo al actual. Al llegar a una de las salas del museo antropológico de la Universidad Autónoma de México, nos saluda imponente un atlante de Tula, estatua de 4,5 metros, que nos recuerda un paso evolutivo del ser que precede la condición humana actual.
El escritor alemán Johann Paul Richter (1763-1825) –conocido como Jean Paul– escribió una novela llamada Titán, en la que “traza la vida de un héroe cuya única arma frente a un mundo pernicioso, es una excepcional fuerza interior hecha a base de exaltación de la imaginación y de sueños puros”. Sobre esta historia y con la vivencia de experiencias personales de transformación, escribió Gustav Mahler (1860-1911) su primera sinfonía, llamada Titán.
El pasado 10 de mayo escuchamos en el Teatro Metropolitano a la Orquesta Filarmónica de Medellín, bajo la magistral dirección del maestro Alejandro Posada, interpretando una sólida y rica versión de esta 1ª Sinfonía de Mahler. El compositor la esboza a la edad de 25 años y la culmina tres años más tarde. La experiencia espiritual y estética que nos brinda esta obra es muy profunda. Por momentos nos sentimos arrollados por el sonido emitido por 121 músicos (raramente escuchamos en una orquesta doce trompas, cinco clarinetes, cinco oboes, seis flautas y dos tubas) en una obra llena de tintes autobiográficos, que recuerda las fanfarrias militares que oía Mahler en su infancia y que además nos sumerge en sentimientos primigenios y elementales, por ejemplo con la hermosa melodía en canon (fray Santiago) que da inicio al tercer movimiento, interpretada bellamente por el contrabajo y seguida por las cuerdas y el resto de instrumentos. Hemos tenido la fortuna de escuchar en Medellín en los últimos años casi todas las sinfonías de Gustav Mahler; para esto se necesita una orquesta de gran nivel: la Orquesta Filarmónica de Medellín lo ha alcanzado y nos brinda finos regalos para el espíritu.
“Mahler fue el primer compositor que buscó en la música soluciones espirituales de carácter personal. Allí donde Beethoven se entregaba al sufrimiento universal… Mahler ahondó desde su primera sinfonía en experiencias y traumas privados… persiguiendo dentro de sí mismo, remedios para la condición humana” (Norman Lebrecht).
“Cuando el hombre vive en el elemento musical, vive en un reflejo de su patria espiritual, en íntima relación con su elemento primordial. Por esto la música influye tan profundamente en todas las almas”, dice R. Steiner. Con la música tenemos la certeza de que estamos aquí pero no somos de aquí y añoramos la casa del espíritu. Invito a los lectores, a escuchar con atención la música de este genial compositor que falleció a los 50 años el 18 de mayo de 1911. La música de Mahler tiene la opción de ayudarnos a ser más humanos, a transformar el titán, el monstruo que habita en cada uno de nosotros.
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