Esta mujer, que escondía su acento y nunca mencionaba sus tierras, comenzó a hablar con orgullo unas palabras que nunca habíamos escuchado: manteca negrita, chocula, ñame chapin, vinagre de plátano maduro, ají de leche…
“¿Mañana qué van almorzar?”, pregunta Luz Dary.
“Lasagna por favor”, responde la patrona.
Este escenario es común en muchos de nuestros hogares, una empleada doméstica dispuesta a los comandos de sus patronas, pero ¿qué tal si la realidad fuera otra?
“Luz Dary ¿qué te gustaría prepararnos de almuerzo para mañana?”.
“¿Qué tal un encocao y chocula?”, responde Luz Dary.
En muchos de nuestros hogares hay portadores de tradición, unos personajes que tienen sabiduría ancestral culinaria acompañada de historias, recuerdos, saberes y sabores impensables por muchos de nosotros los citadinos, quienes poco conocemos de las delicias de nuestra diversidad natural y cultural. De sancocho, frijoles, ajiaco y arepa no pasamos.
Un día, mientras almorzábamos, le preguntamos a Julieth, una mujer que nos visita una vez a la semana para ayudarnos con las tareas de la casa, qué era lo que a ella más le gustaba de lo que solía cocinar su mamá. Y lo que pasó de allí en adelante fue mágico. Esta mujer oriunda de Necoclí, Antioquia, que escondía su acento y nunca mencionaba sus tierras, comenzó a hablar con orgullo unas palabras que nunca habíamos escuchado: manteca negrita, chocula, ñame chapin, vinagre de plátano maduro, ají de leche, enyucao, buñuelitos de maíz biche. Quedamos salivando y con ganas de probar a qué sabían esas palabras que desconocíamos.
Así comenzó la idea de “rescatar la tradición, también en casa” una actividad en la que facilitamos un intercambio de saberes y sabores con Julieth, nuestra cocinera portadora de tradición. Le hacemos un café y nos sentamos a conversar, a escuchar lo que preparaba su mamita, su abuela, lo que cultivaba su abuelo, la tía que hacía el mejor mote de queso. Y así, entre historias y saberes, revivimos la memoria y los sabores de un rinconcito de Colombia.
Decidimos entre todos qué vamos a hacer la próxima semana y, guiados por Julieth, compramos los ingredientes y ¡manos a la obra!
No solamente inyectamos diversidad de sabores y de ingredientes en nuestra cotidianidad, sino que también Julieth recibe algo a cambio. Resulta que el sentido de pertenencia es algo clave para el empoderamiento y esta persona al sentirse escuchada y valorada por lo que trae consigo, más allá de ayudarnos en las labores domésticas, se empodera. Se da cuenta de que tiene un valor que quizás aún no ha explorado y que muchos quisieran saborear. Hoy por hoy Julieth comenzó con un emprendimiento en su barrio, un espacio multifuncional, donde su pareja hace mantenimiento a motos y ella deleita a los clientes con sabores de su niñez, como chorizos, panochas, tamales y más.
Queridos habitantes de El Poblado, Medellín y Colombia: los invitamos a rescatar la tradición y la memoria desde casa, a enaltecer saberes y sabores de estas mágicas personas. A probar las delicias de estas tierras, a construir nuestra identidad gastronómica desde el hogar. A reconocer a Julieth y a Luz Dary también como cocineras portadoras de tradición y a rescatar esa sabiduría ancestral.