A lo largo del proceso de paz he estado observando y analizando las actitudes de la gente. Políticos, columnistas, forjadores de opinión, amigos, conocidos, etcétera.
Casi sin excepción, todos, en ambas orillas del debate, han visto confirmadas sus opiniones anteriores. Es más, las han profundizado. Casi todos han dicho que los hechos les han dado la razón respecto a lo que pensaban. Casi ninguno ha insinuado que tal vez pudo estar equivocado en alguna apreciación anterior. Y muy pocos han mostrado interés en encontrar o en comprender algo positivo en la argumentación de la contraparte.
Es lo que se llama en sicología la mentalidad del soldado. Un reflejo muy profundo y dominante que me lleva a defender las ideas de mi grupo hasta el extremo, sin cuestionarlas, sin imaginar que puedan tener alguna debilidad. Y a hacer lo que sea para derrotar las de mi oponente.
Solo se tienen en cuenta los hechos y argumentos que prueben mi punto de vista, los demás se van desechando sin mayor análisis. Las fallas en la argumentación de la contraparte se magnifican y ridiculizan. Se imaginan conspiraciones. Hay una altísima motivación para desacreditar todo lo que no coincida con mis prejuicios.
Diferente a la mentalidad del explorador, que busca ante todo observar y entender. Y luego decidir y actuar con base en toda la información acumulada. Una vez descubre algo nuevo está preparado para modificar sus juicios y no por eso es débil o ignorante. No tiene miedo en preguntarse si sus opiniones o las de sus líderes podrían estar equivocadas.
En un ambiente polarizado como el nuestro todos nos vamos volviendo soldados, el análisis inteligente y balanceado casi desaparece. Hay en el aire una sospecha de que el oponente es peligroso e incluso inferior mentalmente. O que está muy mal informado. O que se dejó lavar el cerebro.
Inevitablemente se imponen el odio y la mediocridad intelectual.
Es lo que ocurre en Estados Unidos con la campaña electoral. Trump dice cualquier cantidad de bestialidades todos los días con total desprecio por los hechos, por la realidad fáctica. Y la prensa todos los días reporta de manera detallada cada una de esas metidas de pata, algunas de ellas monumentales.
Pero muchos de sus fanáticos están seguros de que la equivocada es la prensa, que todo es una campaña de descrédito contra su ídolo. Otros simplemente no están interesados en escuchar. Otros repiten y repiten afirmaciones falsas sobre su oponente hasta que de tanto oírlas empiezan a parecer verdades.
O lo que ocurre con el NRA y su defensa a ultranza del derecho de portar armas en sitios públicos. Lejos de aceptar que tener tan fácil acceso a las armas es una causa importante de las masacres casi diarias que ocurren en Estados Unidos, su argumento es al revés. Según ellos lo que falta es acceso aún más fácil y que mucha más gente porte armas para que los malos se sientan más cohibidos para usar las suyas.
Volviendo con Colombia y su proceso de paz, quisiera asumir el papel de explorador. Por mi parte voy a hacer lo que más pueda por analizar el acuerdo de paz en su totalidad antes de emitir mi veredicto y decidir sobre un eventual voto.
No cabe duda de que tendrá cosas feas, esos sapos que ninguno quisiera tragarse. Pero es de esperar que también tenga cosas positivas. Es imposible que no las tenga.
Veremos si los temores de tanta gente, de tantos soldados, se confirman o eran exageraciones y burdas tergiversaciones. Veremos si cambia el modelo económico, si nos entregamos al castrochavismo, si la desmovilización y la entrega de armas son completas y permanentes y si Santos finalmente era miembro de las Farc. Veremos si Colombia en su conjunto gana o pierde.
Soldados y exploradores, ya veremos. ¡Falta poco para saberlo!