Segunda entrega de las recetas de la campaña electoral. Huevos y egos nevados, fritos y rellenos.
“Y no hablo de los huevos, que también, sino de los egos políticos que revolotean como pollos de corral en las campañas…” Así empieza mi columna anterior, con la mitad de las recetas que el chef Alexander Vega, experto en tortillas E-14, nos ofrece en su menú.
(Tales cuatro le caen pesado a la dama).
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Hoy, las restantes, ¡bon apetite!
En la esquina superior derecha, los egos nevados: 3 huevos/ 3 vasos de leche/ 60 gr de azúcar/ 8 gr de maicena/ 1 manojo de canela/ 2 trozos de piel de limón/ 60 gr de azúcar/ fideos de chocolate. Se separan las claras de las yemas del todo vale, mientras se advierte del peligro que estas últimas suponen para el colesterol nacional. Se baten las primeras con el azúcar de las encuestas, hasta que formen picos en la intención de voto; se incorporan el limón, la canela, los cacaos, varios jefes políticos y demás, evitando que la mezcla hierva para que cuajen. Se decora con el chocolate, se lleva tres horas a la nevera y, ¡listo!, la campaña de los cachumbos está desenredada.
En la fila de la mitad, a la izquierda, los egos fritos: 1 huevo fresco/ aceite vegetal/ sal/ 1 sartén honda y antiadherente. Se coge la sartén por el mango, cuidando de no soltarla ni por las ballenas. Se vierte un chorro generoso de aceite para asegurar la cocción de la candidatura, sin detenerse en las deserciones. (El aceite debe estar al punto del calor; si se pasa quema la esperanza y si está tibio pierde encanto la receta). Se totea la cáscara y se desliza el huevo cerca del aceite, vigilando que ninguna encomienda de París caiga en el recipiente y desparrame la yema sobre la clara. A los dos minutos se pasa al plato, se le agrega la sal y, ¡listo!, la campaña del profesor está resolviéndose en el tablero.
En la fila de la mitad, a la derecha, los egos rellenos: 6 huevos/ 200 gr de atún/ 1 lata de pimientos/ Sal/ Mayonesa. Se cuecen los huevos durante cuatro años y se pelan cuando merodeen los tránsfugas. Se sacan las yemas del promesero, se escurren las falacias y se trocean los pimientos, mientras más morrones y camaleónicos mejor. Con la ayuda de un tenedor ancestral se tritura y mezcla el descontento popular para rellenar cada mitad del huevo. Se bañan con mayonesa, mitomanía, sectarismo, oportunismo, “perdón social” y otras yerbas. Se enfrían en el refrigerador y, ¡listo!, la campaña del prócer está en la picota pública.
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Y en medio de la última fila, los egos Lorraine: 12 tiras de tocineta/ 20 gr de mantequilla/ 12 rebanadas de queso Gruyere/ 8 huevos/ 2 cdas de crema de leche/ sal. Se ponen tocinetas y argumentos en una paila hasta que se vuelvan translúcidos. Se engrasan cuatro cacerolas con superioridad moral y se les incorporan la tocineta y el Gruyere lleno de ojos para enfocar las maquinarias. Se rompen dos huevos en cada cacerola y se les agrega una franja de conflictividad, revuelta con crema, alrededor de las yemas. Se les espolvorea sal, pimienta y quejas al gusto; se pasan por el horno y, ¡violá!, la campaña del oxígeno está sin aire.
(Los que desea la dama, en primera vuelta, chisporrotean en la sartén).
ETCÉTERA: En cuanto a la última casilla…, esta vez no. ¿Un huevo que no tenga huevo? ¡Vale huevo!