Hay alerta en la comunidad mundial por la mortandad creciente de las abejas y la pérdida de colonias en todo el mundo. El 60% de las abejas en los Estados Unidos ha muerto. Los chinos están haciendo polinización manual en cultivos industriales por falta de abejas y de insectos.
Las abejas han sufrido el impacto de la industrialización de los cultivos, de los fumigantes, de la contaminación del aire y de la radiación ionizante. Estos factores afectan su sistema inmune. También en películas y medios se presentan las abejas como agresoras y enemigas del ser humano.
La abeja ha sido venerada desde la antigüedad como una deidad. Por ejemplo el faraón era llamado el “guardián de las abejas” y usaba como insignia una tiara semejante a una colmena. (La colmena oculta de la historia en www.andrewgough.com).
R. Steiner dice que las abejas no son seres individuales sino que operan como una entidad espiritual cuyo cuerpo físico es la colmena. “Esta entidad espiritual de las abejas ha venido sirviendo a la Tierra y a todas sus criaturas durante milenios, facilitando la propagación de las plantas y con ello la base de la nutrición para animales y seres humanos. Toda vida se extinguirá si no hay más abejas para la polinización” (G. Gundersen). Así como las avispas y las hormigas se relacionan con la Tierra, las abejas lo hacen con el aire y con la luz.
La colmena es el único caso en el reino animal que puede conservar una temperatura media semejante a la humana: 37°C, con alzas, en situaciones extremas, hasta de 42°, máximo que tolera nuestro organismo. “La abeja es un insecto que saltó leyes evolutivas para relacionarse con el hombre. El ser social de la abeja y su capacidad de comunicarse es sorprendente” (M. Karutz). La organización de una colmena es fascinante y trimembrada: La reina, principio femenino, fuerza reproductiva; las obreras –sistema rítmico– y los zánganos: principio masculino, muerte sacrificial. Cada obrera pasa por diferentes oficios en su vida: calentar la colmena, construir celdas, volar en busca de néctar, cuidar las larvas jóvenes y alimentar a la reina. Todas al servicio de la colonia y muy cerca del principio planteado por Steiner como Ley Social Fundamental: “El bien de una comunidad es más elevado cuanto menos un individuo se aprovecha de los frutos de su trabajo y cuanto más los pone al servicio de los demás”.
Si uno se para delante de una colmena observa cómo las abejas salen como una flecha hacia la luz y regresan serpenteando lentamente hacia el centro, cargadas de néctar y polen. En la colmena el néctar es pasado de una abeja a otra para ser concentrado y almacenado hasta convertirse en miel. Una colonia de abejas puede volar 20 millones de kilómetros y producir 300 kilos de miel en un año. La miel es un gesto unificador y es la base del calor y la vida de la colonia. Pero también traen polen, posibilitando la reproducción de los vegetales y una resina grasosa que protege el brote de las flores: propoleo. Y así como traen tres sustancias del reino vegetal a la colmena, entregan otras tres: la grasosa cera, que tiene el propósito de estructurar el panal en formas hexagonales; vemos un paralelo con las membranas celulares y con los lípidos que rodean el tejido nervioso. El veneno, rico en proteínas, que induce una reacción inflamatoria, es usado como medicamento y tiene una relación con el movimiento. Y la jalea real, secreción de las glándulas mandibulares de las obreras, rica en azúcares y que trasmite vida a la reina para sus fuerzas reproductivas. (M. Karutz: The bee colony and its queen).
Las abejas y la colmena son un don de los dioses a los seres humanos para que la oscuridad del egoísmo se transforme en luz espiritual, en solidaridad y en altruismo. Tareas para protegerlas, en una próxima entrega.
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