“Cuando los colombianos entrenen fuerte en el velódromo, se vuelven invencibles”. Frase de un entrenador francés en una Copa Mundo de Cali hace un par de años. Hoy, Colombia no es invencible, pero sí es reconocida más allá de sus montañas.
Fernando Gaviria Rendón es el diferente. Por eso levanta miradas, comentarios, susurros en el lote. Más esta semana, cuando se corre el Mundial de ciclismo de Qatar, sin una sola cuesta en su recorrido, y pese a esto Colombia sigue apareciendo. Es favorita, lejana, pero con chances. Algo impensado, casi fantasioso, hace un par de años.
Gaviria, el niño que aprendió a montar en bicicleta en La Ceja con una cicla azul de rueditas blancas, es quien carga con el rótulo de favorito. Es un pistero, es especialista en pruebas planas, en rematar en llegadas masivas. Muy diferente a los trepadores Lucho Herrera, Fabio Parra y Nairo Quintana, o al campeón de contrarreloj Santiago Botero. Gaviria cumple un sueño que parecía irreal: Colombia con un embalador.
Hernando, su papá, corrió el Clásico RCN de 1980, así su figura ya no lo demuestre. En la familia inculcó, además del amor al campo, el cariño por el deporte. Así fue que la niña Juliana se volvió pistera, y cuando Fernando dejó el patinaje, los Gaviria asaltaron la pista.
Gaviria vive del velódromo. Y así cuando niño le dijera a su papá que quería ganar el Tour de Francia, es la pista peraltada la que lo tiene en el lote. Fue doble campeón mundial del ómnium. Esto lo llevó al Ettix Quick Step, tras verlo embalar en el Tour de San Luis en Argentina, por encima del mejor esprinter de los últimos años, Mark Cavendish.
Pero la apuesta de Gaviria no es única. De los 7 colombianos que estarán en el equipo élite, todos tienen experiencia en velódromo. Gaviria y Edwin Ávila fueron ya campeones mundiales; Carlos Alzate llegó a ser medallista en Copa Mundo; Omar Mendoza ganó en Juegos Nacionales. Por su parte, Rigoberto Urán, Brayan Ramírez y Wálter Vargas son los últimos campeones nacionales de contrarreloj, y tienen el velódromo en su plan de entrenamientos. Sí, todos van al velódromo, como lo hizo Cochise Rodríguez, cuando en el mundo del ciclismo apenas se perfilaban los especialistas. “Te da una cadencia diferente”, acepta Rigo.
Ellos buscan salir del molde del Escarabajo, que hace grande a Colombia. Rigo, así como Botero, sabía que el velódromo le daba un golpe diferente de pedal en la crono; Jarlinson Pantano descubrió que rodar en peraltes le ayudaba en los descensos; Alzate, Ávila y Gaviria dieron el salto a la carretera, tras un inicio exitoso en la pista. Los tres son embaladores, lanzadores y combatientes en etapas llanas. Lejos de los empinados puertos donde supieron triunfar Lucho, Parra o Nairo. A los escaladores no les gusta hacer velódromo, pues piensan que merma su capacidad de ataque en subida, aunque les prometa otras mejoras. Y puede ser cierto (Rigo perdió su apuesta en 2015). Cada quien sabe cómo juega sus fichas y qué tanto resignar y qué tanto ganar.
¿Por qué velódromo? Porque la tendencia, gústenos o no, nos lleva para allá. David Brailsford, técnico del Sky, de Chris Froome, es un hombre de la pista. Su objetivo es convertir todas las carreteras del Tour, sus puertos, sus descensos, en algo tan simple y cronometrable como un velódromo.
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