Sacos de dormir cosidos en Envigado, para abrigar a los caminantes venezolanos que atraviesan el páramo de Berlín, en Santander, hacia el interior.
El largo viaje del cobijo empieza en Envigado, en las manos delicadas de una costurera y de una pareja de samaritanos, y termina en las manos agarrotadas de los migrantes que ascienden al páramo de Berlín, entre Cúcuta y Bucaramanga.
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Un desplazamiento lleno de sinsabores y aventuras tanto para los migrantes como para el Cobijo, nombre dado a una organización local, para ofrecer ayuda a dicha población. Cobijo tiene el sentido de abrazo divino, de protección, según Felipe Mauricio Gutiérrez Vargas, su fundador. Él y su esposa Luz Estella García inician este “viaje” en las retacerías de Guayaquil, en Medellín. Allí regatean hasta adquirir a bajos precios tela impermeable, fieltro en algodón y cobijas para confeccionar los sacos de dormir que protegerán el cuerpo de los caminantes. A su turno doña Luz Ayda Salazar los corta y cose en su taller del barrio El Dorado, en Envigado.
Siguiente fase: poner los fardos con los sacos en la ciudad de Cúcuta. El envío de los primeros cuatro, con un peso total de 140 kilos, tuvo un costo de 300 mil pesos. Y como Felipe se ha calzado los raídos zapatos del viajero escaso de equipaje, pero cargado de ilusiones, entonces a la bolsa de dormir agrega cepillo de dientes, toalla de manos, dos sobres de suero oral (contra la deshidratación), acetaminofén, maní confitado (aporta calorías y mitiga el hambre), y un tapabocas lavable, todo empaquetado en un bolso reforzado para cargar peso, que luego hará de funda de almohada al migrante fatigado.
Otra fase: la distribución. Al caritativo proceso se suman otras manos, esta vez en Cúcuta. Las coordina la misionera Deisy Johana Rodríguez, cuyo liderazgo le facilita rodearse de más apóstoles para la causa. Con su hermana Yuly Andrea, un conductor que aportó su camioneta (Fernando Jaimes), Gloria Hernández y un voluntario de la Cruz Roja (Gabriel Casadiegos), se fue a buscar los migrantes donde seguro se los topa: a la vera de carreteras infinitas, en un incesante caminar y caminar… Salieron del municipio de Los Patios (a 52 km de Cúcuta), y avanzaron unos 56 kilómetros, hasta Pamplonita, para hacer una primera entrega de cien kits, el pasado 25 de julio.
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A Johana se le grabó en el alma la mirada agradecida de los andariegos, pero más el gesto de sorpresa de los niños. “Daban gracias a Dios no tanto por las cosas que entregábamos, sino por las palabras de ánimo, porque ya van desgastados; vi a una niña que hacía gestos como de por qué me vine de mi país”, dice.
Agrega que esas personas llevan cerca de un mes caminando, que vienen de muy adentro. “En una parada en el recorrido abordamos a un grupo de once hombres y unas cuatro mujeres con niños; les explicamos qué traía el kit, se los entregamos y los animamos”. Ellos les contaron que, en dos horas, recorren un promedio de cinco kilómetros.
“No dormí en el piso”
Eduannys Peñalosa, de quince años, fue una de las beneficiarias del cobijo. En diálogo vía celular con Vivir en El Poblado se excedió en palabras de gratitud: “Excelente el saco, buenísimo y cómodo. De verdad agradecida con esta fundación por darnos apoyo y ayuda, de ofrecernos esto que nos sirvió muchísimo; es muy abrigado. Anoche no dormí en el piso y estuve más cómoda”. En el momento de la llamada (27 de julio) se movía por el municipio de Ragonvalia, distante 72 km de Cúcuta, con rumbo al páramo. Integraba un grupo de unos quince venezolanos, entre ellos cuatro niños. Vienen del estado de Aragua (621 km hasta Cúcuta), de donde salieron el 3 de julio caminando; a veces les dan “cola”, expresión utilizada para indicar que un esporádico y generoso conductor los transporta unos cuantos kilómetros. Agregó que, con un tío, un sobrino y la mamá, se dirigen hacia Medellín, donde una tía les ofreció apoyo temporal.
La génesis del proyecto Cobijo está en el arraigado sentido de servicio al necesitado que caracterizan a don Felipe y a su esposa, doña Luz Estela. Vienen de mil batallas contra el hambre reconcentrada en habitantes de calle (hizo parte de la Fundación Aguapaneleros de la noche) y se nutre con la alegría de niños a quienes les cambian el gesto de dolor debido a las muertes que presencian, por las risas que desatan unos payasos. Fue en la comuna trece, hace unos quince años. “Después de las balaceras nosotros pedíamos permiso y subíamos con payasos. Porque en la memoria del niño queda el abaleo, el miedo, la imagen magnificada del matón, y nosotros queríamos sacarles eso con una historia divertida, que los hiciera reír”. Pero no era fácil, reconoce.
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Este vendedor de prendas de vestir infantiles se ha recorrido el país. Y fue entre Cúcuta y Bucaramanga, en el páramo de Berlín, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, donde se le apareció la tragedia de niños que morían por hipotermia y de adultos descompensados por el frío. Entendió la urgencia de abrazarlos con una cobija protectora, y así nació esta organización, que se nutre de la generosidad de quien se pellizque acerca de la urgencia de ofrecer ayuda humanitaria al migrante. Explica que este cae en la trampa de iniciar el ascenso sin un vestuario adecuado, y que no dimensiona la altura de la montaña ni las temperaturas que en la noche bajan a cero grados. (de Cúcuta al páramo son 250 km, y de este a Bucaramanga, 60).
A propósito: “Anny Uribe, representante de la comunidad venezolana en Tunja, (…) habla de, por lo menos, 17 muertes, entre adultos y niños, en el páramo de Berlín en los últimos días (septiembre de 2018), todas causadas por hipotermia, combinada con el cansancio y el mal estado de salud de muchos venezolanos caminantes”, escribió en su momento José Ospina Valencia (https://www.dw.com).
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Insiste Felipe con su llamado: “Si tocamos corazones podemos extender este abrazo protector a Urabá, donde los migrantes están menos protegidos, a diferencia de los venezolanos”. Ya tiene listos otros 124 cobijos que complementará con ropa, pensando en los caminantes que están llegando de África, de Haití, de Asia, y que permanecen “encallados” en diversos parajes del Urabá chocoano, en su anhelo de llegar a Panamá. “El objetivo de la misión es llevarles un alivio, que duerman un poco más cómodos, libres de bichos, abrigados, sin exponerse a enfermedades por dormir en el piso pelado”, reitera este papá Noel (papel que asume todos los diciembres) trocado en benefactor de desposeídos andariegos.
Con el kit de la organización Cobijo, cada destinatario recibe orientación para que, luego de cruzar el páramo, lave el saco de dormir y lo done a otros caminantes en igual situación, o a habitantes de calle. El mensaje es que compartan con su prójimo en desgracia.
Los hombres y mujeres que atendió Johana y su grupo de voluntarios cerca a Pamplonita manifestaron que algunos se dirigían al Perú, otros a Ecuador, a Antioquia o a Bogotá. Muy pocos tenían como destino Bucaramanga, distante cuatro o seis días a pie (seis horas, si tuvieran para el bus). Así que el largo camino iniciado en Envigado podría llevar ese cobijo a cualquiera de dichos países, o volver a su sitio de origen. Nunca se sabe. O seguirán cubriendo orfandades, si dan cumplimiento a la recomendación insistente de la misionera Johana.