Estar aburrido es una condición que nos asemeja al simpático animal. Caer en la rutina le quita color y sabor a la vida. El hábito no hace al monje pero sí lo distingue.
Hablamos en la columna anterior del proceso de separación entre el Yo y los diferentes cuerpos. El proceso de separación entre el Yo y el cuerpo físico lo vemos en aquello donde el organismo es dependiente. En las adicciones tóxicas el proceso es dramático ya que el Yo es desplazado de su casa corporal y la sustancia ocupa su lugar.
El Yo se separa de los otros cuerpos (vital, emocional y la organización del Yo) en situaciones especiales. Abordamos hoy la separación entre el yo y el organismo vital. El cuerpo vital o etérico es la suma de las fuerzas vitales -mantiene con vida al cuerpo físico- y la base de los procesos del pensar -“pensamos con las mismas fuerzas que crecemos”-, pero es también una organización temporal donde se crean hábitos y ritmos. El cuerpo vital humano se forma en el primer septenio de la vida y ‘nace’ con la muda de dientes y el “uso de razón” entre los 6 y 7 años. Su maduración está unida a la adquisición de las cualidades humanas básicas: la capacidad de andar (1er. año); la adquisición del lenguaje (entre 1,5 y 2,5 años) y la capacidad de pensar (2,5 años). En este período se adquieren los hábitos esenciales que permiten los ritmos funcionales del cuerpo. La salud humana vive en el ritmo.
La separación entre Yo y cuerpo etérico se da en todas las actividades rutinarias donde la repetición inconsciente de tareas o costumbres distancia al Yo y surge el elemento de la obligación. La rutina suele generar aburrición y desdén. El aburrimiento es un estado de desmotivación que le resta calor a la vida y es un factor de riesgo para las conductas adictivas. En el desdén está menguada la fuerza de voluntad y el ser está a merced del entorno o del vaivén de la cultura.
La rutina genera agitación y tensión; para evitarla buscamos actividades que nos exciten. El consumo de tecnología o de sustancias aparece como un camino fácil para romper la rutina. “El peligro está en la persona, no en la cosa, por eso toda tendencia puede adquirir carácter de vicio” (E. Jünger). La falta de acompañamiento de los padres en el primer septenio se convierte en un importante factor de riesgo para estas tendencias. Por el contrario, el proceso de acompañamiento asociado a la adquisición de hábitos saludables juega un papel importante en la protección. Un elemento crucial es permitirles al niño y al muchacho que se sientan parte de una totalidad. Cuando un muchacho se comporta de manera incorrecta o pierde sus ritmos, tenemos la seguridad de que su comportamiento no tiene que ver sólo con él, sino también con los adultos que le rodean. ¿Tendrá que ver su actitud con que hayamos actuado de manera rutinaria? ¿Es su comportamiento una manera de hacernos pensar en nuestros errores? ¿Se comporta así para que nos ocupemos adecuadamente de él? (M. Glöckler)
Si padres y maestros nos preguntamos por nuestros límites y trabajamos nuestras dificultades, si asumimos un proceso consciente de autoeducación, estamos previniendo la separación entre yo y cuerpo vital, estamos generando hábitos y ritmos y protegiendo de muchas de las adicciones actuales.
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Rutina, aburrimiento y hábitos
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