Tarditi alquiló una bodega para atender pedidos de catering, luego consolidó un restaurante que hace que muchos comensales se desvíen a un sector al que antes solo iban a comprar repuestos.
Bogotá brinda ejemplos de plazas de mercado que se han reinventado. ¿Qué tanto se vive este fenómeno en otras ciudades del país?
No sé ustedes, pero yo crecí con la imagen de que las plazas de mercado eran lugares inseguros y antihigiénicos, luego de ver la de Barranquilla, a la que mi papá me llevaba siendo una niña.
La Plaza de Mercado de Paloquemao, cerca al centro de Bogotá, fue la que derrumbó ese paradigma. El lugar asombra con el contraste de colores y aromas, tanto que es fácil quedarse perplejo y detenerse unos instantes a observar. Sin embargo, el caos propio de la plaza interrumpe esa breve impresión de la primera visita.
Desde que me volví cliente habitual, hace cinco años, decidí abrazar el caos de los gritos de los vendedores y la música y disfrutar lo que ofrece, entre esos deliciosos platos preparados. Se sirven desayunos, arepas, guisos y hasta tacos como los del D.F., eso sí, menos picantes. Los venden en La Lupita, la extranjera de la plaza, una taquería que le pertenece más a una esquina concurrida de la capital mexicana, que a los pasillos de Paloquemao.
Este negocio es ejemplo de un fenómeno que Bogotá vive desde hace más de cinco años, pero del que poco se habla: la resignificación de la plaza de mercado.
La Lupita es solo uno de los ejemplos del nuevo movimiento restaurantero que se gesta dentro y alrededor de las plazas de mercado. La del Siete de Agosto, también en Bogotá, fue la pionera. En 2014, el empresario y chef André Tarditi alquiló una bodega en este sector para atender pedidos de catering, luego empezó a ofrecer servicio a la mesa una vez a la semana y desde ahí consolidó un restaurante de comida italiana -La Trattoria de la Plaza- que hace que muchos comensales se desvíen a un sector al que antes solo iban a comprar repuestos de carros.
Algo similar pasa en la Plaza de la Perseverancia, una de las de mayor valor histórico de Bogotá. Hace dos años la Alcaldía la intervino y gracias a las obras de modernización, hoy es parada obligada. Se dice, incluso, que allí se sirve el mejor ajiaco de Bogotá, así algunas señoras que lo prueban insistan que el de ellas es mejor.
Desconozco si estos esfuerzos se replican en otras capitales del país, pero al menos en ciudades como Medellín y Cali sí hay interés por renovarlas. Ejemplo de ello es la plaza de La América, que muchos de ustedes seguramente conocen, y en varias de la capital vallecaucana, a través del programa Plazas vivas.
Ojalá estas iniciativas inspiren la recuperación del Mercado de Granos, en Barranquilla, y de Bazurto, en Cartagena, pues son lugares que en medio del caos y el desorden, tienen un potencial turístico innegable.