/ Jorge Vega Bravo
Cuando el ser humano viajó al espacio y contempló la Tierra desde fuera, algo cambió: se generó una conciencia diferente. Reconocer la historia del planeta, sus ciclos, las maravillas que alberga, es un buen ejercicio para amplificar la conciencia y fortalecer hábitos de cuidado y respeto. Es sorprendente que los habitantes de la Tierra seamos los únicos seres vivos, por lo menos en el universo observable. La humanidad ha sido descrita como la corteza cerebral de la Tierra y tiene un proceso evolutivo que genera autoconciencia, reconocimiento de los demás y respeto por los otros reinos y por la Tierra. Me encontré por estos días con la serie de televisión Planeta Tierra, de la BBC de Londres. Alta calidad en las imágenes, la realización y el contenido. En las diferentes entregas nos llevan a re–conocer de una manera nueva nuestro planeta. Y aparte de las bellas imágenes y de los recorridos por los grandes aspectos y territorios del planeta, genera reflexiones sobre el proceso evolutivo del ser humano y de la casa en que vivimos.
Acorde con el proceso evolutivo descrito por diferentes cosmovisiones, la Tierra pasó por tres estadios previos antes de alcanzar el estado actual. Viendo el volcán de Erta Ale, al norte de Etiopía, pensé en el primer estadio –llamado por R. Steiner Antiguo Saturno– donde el protosistema solar era una masa de gases y el elemento predominante era el fuego. Este volcán tiene un lago de lava que se mantiene estable desde 1906 y está en continua actividad. Erta Ale –la puerta del infierno en la lengua nativa– es una conexión con el inframundo, con el núcleo del planeta. Este volcán recapitula el primer estadio evolutivo de la Tierra.
En el segundo estadio se separan los planetas exteriores, pero Sol y Tierra siguen unidos y el elemento dominante es el aire. Un ejemplo de este paso lo vemos en la Taiga, bosque de coníferas que rodea el Ártico: contiene una tercera parte de los árboles del planeta y provee tanto oxígeno que cambia la composición de la atmósfera. Los misterios del aire recreados en este enorme pulmón.
En el tercer paso, Tierra y Luna aún están unidas y se están ordenando los fundamentos de la vida animal. Aparece el agua como el elemento generador de la vida. Los glaciares, la fuerza erosiva más poderosa del planeta, nos recuerdan este paso, con sus procesos de conformación del agua. La superficie de un glaciar se asemeja a la superficie lunar. La vida del planeta depende del agua dulce y solo un 3 por ciento del agua del planeta es potable.
El cuarto paso es el estadio Tierra, donde la Tierra evoluciona como planeta separado, con una ubicación específica en el sistema solar que le permite utilizar la energía solar y con una inclinación específica que permite las estaciones. Por la forma y la inclinación de la Tierra, la vida florece de una manera rica y variada. Esta serie nos sorprende con especies de plantas y animales desconocidos, con animales como el leopardo de Amur, del que solo quedan 40 ejemplares en Rusia; con la historia de las cigarras periódicas cuyas larvas emergen del suelo cada 17 años y por millones cumplen una metamorfosis en la que se entregan a otros seres vivos y finalmente al suelo, constituyendo el volumen más grande de fertilizante natural que reciba el planeta; o con la presencia del bosque tropical que cubre el 3 por ciento de la superficie del planeta, y contiene el 50 por ciento de todas las plantas y animales y millones de especies de insectos. En este bosque la luz cumple su máxima tarea. Los ciclos vitales del planeta dependen de la luz del Sol. Pero lo eterno en el ser humano no depende de la luz exterior, se nutre de otra luz.
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