/ Etcétera. Adriana Mejía
El domingo 7 de diciembre El Tiempo publicó un suplemento de 14 páginas –“Becas a los mejores”–, con testimonios de varios de los jóvenes de escasos recursos, abundantes capacidades y altos puntajes en las últimas pruebas del Icfes que, precisamente por eso, se hicieron acreedores a una de las diez mil becas otorgadas por el Ministerio de Educación Nacional para continuar sus estudios superiores en una de las más de treinta universidades, públicas y privadas, que participan en el proyecto. Me lo leí de la primera a la última letra y me emocioné y me llené de esperanza en ese día de “velitas” pasado por agua y pólvora.
Por eso quiero terminar el año resaltándolo, porque así como no nos cansamos de repetir que la falta de educación (o la mala educación, que es peor) es la madre de todas las desgracias, hay que aplaudir –sin suspicacias políticas de ninguna índole– las alianzas entre Gobierno e instituciones educativas, encaminadas a brindar oportunidades a compatriotas talentosos que de no ser por “empujoncitos” orientadores, no tendrían manera de formarse, con todas las de la ley, para trabajar después, mancomunadamente, en la reconstrucción de esta sociedad maltrecha.
Hay con qué hacer de Colombia un mejor país, nos recuerdan desde sus sueños –ahora cercanos a ser realidades– un puñado de chicos y chicas que, sin saberlo y con un panorama muy nublado –de puro empecinados–, han dedicado sus jóvenes vidas a nadar contra corriente para sobreaguar en el círculo vicioso de la falta de oportunidades.
Está María Camila, por ejemplo. Tiene 17 años y vive con su mamá en el barrio Terrón Colorado, donde inicia la cuesta que va de Cali a Buenaventura. Todas las noches, muchas veces hasta el amanecer, ha compartido con doña María la mesa de la máquina de coser. Mientras la señora hacía vestidos para la calle, ella bostezaba y se maceaba el bachillerato. (Camila ganó la beca para cursar Diseño de Medios Interactivos en el Icesi, Cali).
Está Dairo Enrique. Tiene 16 años y vive con su papá –padre cabeza de familia– y su hermanito, Marcus Yaset, en el barrio Aurora II de Puerto Colombia. Don Dairo vende lotería y ayuda a Dairo Enrique con un negocio de paletas que tiene instalado en la nevera y pone a funcionar en el vecindario, una vez terminada la jornada de los deberes escolares. (Dairo, el paletero, ganó la beca para estudiar Administración de Empresas en la Universidad del Norte, Barranquilla).
Está Laura. Tiene 17 años y vive con su mamá incapacitada y sus abuelos en Ciudad Bolívar. Ellos se dejan la piel haciendo artesanías con semillas para sostenerse y sostener a la hija y a la nieta quien, en sus ratos libres, también pega pepitas de sol a sol. (Laura estudiará Medicina en la Universidad de La Sabana).
Edison. Tiene 18 años y vive en la vereda El Escobal, de Boyacá, con la mamá y una hermana. Los trabajos del colegio los ha tenido que hacer a la luz de una vela –al pueblo no ha llegado la electricidad– y, últimamente, con la linterna de un celular que pudo comprar con el pago del trabajo de jornalero, que suele desempeñar en los períodos vacacionales. (Edison seguirá Arquitectura en la Jorge Tadeo Lozano, Bogotá).
Y qué decir de Yessica Liliana. Tiene 16 años y vive en Mitú, con la mamá, el hermanito, los abuelos y la familia completa de una tía. Le madrugaba al amanecer con el fin de coger el primer turno de un baño para nueve y salir para el colegio, atravesando la calle en canoa; el río Vaupés suele tapar la calle en temporadas de lluvia, que son casi todas. (Yessica se decidió por Ingeniería Civil en la Javeriana).
Etcétera: Y están, también, otros nombres –hasta llegar a diez mil– que aunque sobrepasan en mucho este y otros espacios, igual son parte importante del comienzo de un futuro que ojalá nos merezcamos. Lo digo, porque de la manera como la comunidad estudiantil los reciba, dependerá en muy buena parte que todos ellos logren cumplir con sus propósitos de excelentes ciudadanos. A ver, pues, si sí sabemos ser incluyentes. ¡Feliz Navidad!!
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