En el nuevo libro de Wade Davis (dedicado al río Magdalena), el autor cuenta que, en una conversación con un mamo, este le dice que el proceso de paz en Colombia no servirá de nada si lo que resulta de él es una unión de actores para continuar su guerra contra la naturaleza. Es urgente, dice el líder arhuaco, que haya también paz con la naturaleza. Debe tratarse de una paz integral.
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Hace unos días, la UNEP (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, por sus siglas en inglés), lanzó un reporte de síntesis titulado “Hacer las paces con la naturaleza: Plan científico para hacer frente a las emergencias del clima, la biodiversidad y la contaminación”. En el reporte se resalta que la crisis climática, el colapso de la biodiversidad y la contaminación son problemáticas estrechamente interrelacionadas y que representan amenazas a nivel global. La emergencia planetaria a la que se hace referencia es algo que debemos enfrentar desde todas las regiones del mundo y a todos los niveles.
Hacer que las ciudades avancen hacia la sostenibilidad, afirma el reporte, es un asunto crítico. Cada individuo, desde su cotidianidad, puede contribuir a hacer de su ciudad un lugar sostenible (y verá que sus contribuciones le traerán satisfacción). Sin embargo, las personas que tienen más poder y capacidad de incidencia cargan con una mayor responsabilidad. Nuestra región no está en ceros, pero debería estar haciendo apuestas mucho más valientes. Quienes hoy gobiernan tienen la maravillosa oportunidad de, como lo dice el reporte ya mencionado de la UNEP, “poner a la naturaleza en el centro de la toma de decisiones” y hacer proyectos de ciudad donde realmente se le apunte a la sostenibilidad urbana. Para poner ejemplos concretos, alcaldes como Braulio Espinosa o Daniel Quintero harían bien en plantear una estrategia seria (que se extienda a todo el Valle de Aburrá) para desincentivar el abuso del carro particular: pueden comenzar por las obras de Metroplús y del Metro de la 80, en las que debería garantizarse el aumento del espacio para las personas y la naturaleza, en lugar de quitárselo a ellas para compensar al carro particular.
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No son solo las generaciones de un futuro lejano las que juzgarán si las acciones de los gobernantes de hoy facilitaron u obstaculizaron al avance hacia una sociedad sostenible. La exigencia de cuidado del planeta está ocurriendo, ahora y con fuerza, en todo el mundo… y Colombia no es la excepción. Pensemos bien (piensen bien, gobernantes) de qué manera podemos ayudar a que se materialice la paz con la naturaleza. Vayamos más allá del discurso: que hablen los hechos.