La imagen de El hombre del yelmo de oro, de Rembrandt, impactó la imaginación de ese niño de 10 años que había ido con sus hermanos, a regañadientes, a una tertulia cultural.
Juego de luces y sombras, el claroscuro que inmortalizó al pintor barroco del siglo XVII.
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El fotógrafo Pablo Guerrero, a sus 90 años, lo recuerda como una epifanía: “Yo vi esa infusión y ese énfasis que da la luz, ese fogonazo, y quedé impresionado”. A partir ese momento, su vida entera estaría ligada al arte y a la fotografía. Al arte de la fotografía.
“Esta es la representación de mi vida”, dice el maestro Pablo Guerrero mientras muestra con orgullo las obras de arte que cubren las paredes de su casa. Cada cuadro es el legado de un amigo que se fue, de una conversa “amenizada con aguardienticos”, de un encuentro cultural en el Teatro Lido. “Vea este Longas, este Sáenz, este Isaza, este Roxana Mejía, este Canito…”. ¿Y qué hay de Pedro Nel? “Jmmm… (se ríe, con esa alegría contagiosa del que ha vivido muchos años) Naaada… año y medio visitándolo, cada sábado, viéndolo pintar, tomándole fotos, y el maestro no me pasó ni un apuntico”. Cosa que sí logró con otros pintores, todos antioqueños, con quienes intercambiaba fotos por obras.
“Cambié las matemáticas por el arte, y no me arrepiento ni un minuto”
La primera cámara del maestro Guerrero fue una Kodak de cajón que él, de 19 años, logró comprar a plazos, después de que el dueño de la tienda, al verlo tan interesado, lo convenciera con un argumento publicitario: “¿Ve a este muchacho del catálogo? ¡Es igualito a usted! Esa cámara la crearon para usted”.
Nada qué hacer. Desde ese momento, su destino estaba atado a la fotografía: “Con esa joyita me bandié durante mucho tiempo. Mis motivos eran mis hermanitos chiquitos, el perro, el gato y el loro”.
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En esa época vivía todavía en Bogotá, su ciudad natal. Para pagarse sus estudios de contaduría pública, empezó a trabajar en la Editorial Retina. El dueño de la empresa, un ciudadano español, entendió rápidamente cuál era el verdadero interés de este joven de 22 años al que había contratado para “llevar el kárdex”, pero se volaba fascinado para el taller de la imprenta, a ver cómo era que entintaban las planchas y ponían en marcha la rotativa. Y decidió hacerle la oferta que le cambiaría su vida: “Oiga, Pablo, lo invito para que se vaya conmigo para Medellín, y fundemos una empresa”.
Nada más y nada menos que la Editorial Colina. “Era el 3 de marzo de 1953 -dice el memorioso Pablo-. Ese día cambié las matemáticas por el arte, y no me arrepiento ni un minuto”. Los números se convirtieron en colores, y las líneas de “debe” y “haber” se transformaron en fotomecánica, tinta e imprentas. “La labor mía era la selección de los elementos que componían un diseño determinado… Eso hoy tiene otro nombre: diseño gráfico”.
Después de ubicarse en Medellín, conoció en Bogotá, en unas vacaciones, a quien sería su esposa: “Curiosamente, la conocí en el gabinete fotográfico más exquisito de Bogotá, en el Parque Santander. Allá vi la imagen de esa muchachita tan bella, tan puesta en orden. Y fue amor a primera vista”. Un romance a distancia, de seis años, que quedó plasmado en decenas de cartas que el maestro Pablo Guerrero guarda aún en un cajoncito.
En 1955, la recién inaugurada Biblioteca Pública Piloto lanzó un concurso regional de fotografía, y el entusiasmo por el resultado de la convocatoria de este concurso generó la creación del Club Fotográfico de Medellín.
Entre los primeros 25 socios estaba Pablo Guerrero, 24 años, quien, con su camarita Kodak, había obtenido el tercer puesto: “Desde ese 15 de mayo, todos los martes, tenemos una cita, excepto en las vacaciones de diciembre y Semana Santa. Son 66 años de una brega gustosa, de muchas satisfacciones”.
Mientras cumplía sus citas de los martes, en la “brega gustosa” de la organización de los Salones Nacionales de Fotografía, el maestro Guerrero pasó de la Editorial Colina a Fabricato, donde trabajó en el departamento de diseño textil y en la revista cultural Fabricato al Día. “Un día les dije: ‘a esta revista le falta una chispita’. Y propuse que en la carátula siempre apareciera una obra de arte de un pintor antioqueño”. De ahí surgió la amistad estrecha del maestro Guerrero con toda una generación de artistas que fueron captados por su cámara. Retratos íntimos y profundos, en blanco y negro, recopilados en el libro Personajes, publicado en 2010.
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Ese es su sello. “Para mí -dice- la fotografía en blanco y negro es como poesía. Como no vemos en blanco y negro, se trata de una imagen irreal, una imagen poética, estética, bella, diferente, singular”. De ahí su demora para aceptar la fotografía digital: “La cámara digital, de entrada, nos da una imagen en color. Nos da una repetición de lo que estamos viendo, pero no una creación. Se necesita una mente o la ayuda del computador para crear algo nuevo”.
Hace más de 10 años dejó de revelar fotos. Aunque acepta las nuevas tecnologías, extraña “ese goce de meterse en un cuarto oscuro, solo, con una musiquita clásica de fondo, viendo la magia de la química y la física en una cubeta”. Añora esa emoción de “meter el rollo en el carrete, para revelarlo. Era: ah, ¡qué maravilla! o ¡qué metida de pata!”.
Su obra, reconocida ampliamente en Colombia, pero también en importantes eventos internacionales, en Brasil, España, Bélgica y Suiza, abarca todos los géneros y las posibilidades artísticas. Preseas que el maestro Guerrero ha recibido con tanta emoción como la Orden al Mérito Don Juan del Corral categoría Oro, otorgada por el Concejo de Medellín al Club Fotográfico, por su aporte a la cultura después de 66 años de existencia.
“Qué orgullo -dice-. Me hicieron el honor de que yo, como viejito fundador, recibiera el reconocimiento”. Nada más merecido, para un gocetas que resume su vida en esta frase: “En síntesis, esta es mi filosofía en la fotografía y en el arte: todo cuanto existe, es digno de ver, de admirar, de fotografiar, de comunicar”.
¿Qué es el Club Fotográfico de Medellín?
“Somos un Club de amigos que comparten su interés por la fotografía”. Así se presenta el Club Fotográfico de Medellín, una entidad que lleva 66 años captando la historia visual de nuestra ciudad, y promoviendo el desarrollo de la fotografía. Una labor que fue reconocida por el Concejo de Medellín, el 21 de julio, con la Orden al Mérito Don Juan del Corral, categoría Oro.
El Club Fotográfico de Medellín es una entidad sin ánimo de lucro, fundada en 1955, cuyos socios tienen un común denominador: su interés por la fotografía. El Club, que se reúne todos los martes, sin ningún costo, en la sede de la Cámara de Comercio de Medellín (aunque, actualmente, de manera virtual), realiza concursos periódicos, conferencias, análisis de fotografías, talleres y exposiciones. Su proyecto más importante es el Salón Colombiano de Fotografía, un salón-concurso que reúne a fotógrafos colombianos y extranjeros que residen en el país, cuyas propuestas artísticas dejan un registro histórico de vital importancia.
Para conocer más del Club Fotográfico de Medellín clubfotograficomedellin.com