Hola, soy pariente del famoso Frailejón Ernesto Pérez. Mi nombre, el de mi familia, mejor dicho, son en realidad dos nombres: Eucaliptus globulus y Pinus radiata. De ellos, cultivados y talados y procesados para ser convertidos en un material más grueso, duro y resistente que el papel, provengo. Y mi vida es una basura, sólo los gatos me valoran. Aunque eso sí me entero de unas cosas… Contar algunas –ahora que voy espaturrada sobre una carretilla- es mi dulce venganza.
El pasado domingo 29 de mayo fue mi gran día.
Desde la víspera me armaron y me abrieron una zanja en la cabeza, parecida a las “eras” de las huertas, pero no para sembrarme lechugas o remolachas. No. Para rellenarme la panza de comida como si fuera un pato de criadero. (Y ni ver el foie gras que arrojé cuando me hicieron trizas). Aquí está la urna dijeron y morí de felicidad. No era una caja de cartón cualquiera, era una uuurnaaa; música pura. Me llevaron al colegio La Enseñanza y, encerrada en el polideportivo, pasé la noche con varias colegas más.
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A la mañana siguiente, muy temprano, empezaron los empujones, hasta que me dejaron entre rejas: los pies enormes de una señora -de apellido jurado, creo- que intentaba asfixiarme con una hoja. Solo me la quitaba unos segundos mientras, ¡pum!, alguien me embutía zanja abajo un tarjetón que sabía a pan rancio tostado varias veces.
Qué maluco resultó ser urna. Qué decepción, qué eternidad. ¿Qué hago? Y se me ocurrió: abrir mucho las orejas –mucho, parecían dos antenas parabólicas-, para jugar a adivinar por quién votaría cada quién. Y, ¡bingo!, el margen de error fue mínimo, lo supe en el preconteo. (Estar a ras del suelo tiene sus ventajas, igual por el sonido de las pisadas aprendí a identificar los zapatos y, por estos, las preferencias del elector de turno).
Supe también que la numeración de las mesas estaba desordenada; la señalización, escasa; las filas, largas y lentas; la presencia de las autoridades, mínima; la privacidad para trazar la X, nula; el acceso, complicado para votantes mayores o con problemas de movilidad; el tráfico en Los Balsos, insufrible. Ni comparación con El Palermo, era el estribillo general.
Supe que cuando la panza me ardía era que habían aterrizado votos por Gutiérrez –Fico no, es nombre de personaje de tira cómica más que de candidato presidencial- y por Petro, y se estaban sacando chispas. Supe que del primero -el más tachado en mis predios-, muchos creían que le sobraba melena y le faltaba sazón y que, del segundo, le sobraban mentiras y le faltaba razón. Supe que cuando me daban ganas de llorar era por un voto solitario por Fajardo y que muchos sostenían que a este le sobraba suficiencia y le faltaba sabor. Supe que cuando me daba la risa era por Hernández y que muchos creían que le sobraba verbo y le faltaba cordura. En fin…, como les digo, supe muchas cosas. Y no todas políticas.
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Supe de fútbol, de maquillaje, de recetas de cocina, de precios de carros, de ventas de lotes, de cómo está de envejecida Fulanita y de barrigón Peranito… Y así. Entre zarandeo y zarandeo llené la memoria de mi disco duro. Gracias a Dios soy una tumba.
ETCÉTERA: Me faltó hablarles de la relación apasionada que existe entre los zapatos y el voto. Será cuando me reciclen. Pues…, si todavía conservo las orejas.