/ Jorge Vega Bravo
Le escuché esta expresión, con un dejo de queja y nostalgia, a mi hija María, y me quedé pensando en que esta pérdida es efecto de la cultura del consumo que induce altas velocidades y violenta procesos. Solo importan los resultados, no los medios. Noviembre es un mes –que como los otros once– tiene sus cualidades en el ritmo del año. Noviembre está relacionado con el número nueve y era el noveno mes del calendario romano que culminaba con el décimo: diciembre. Noviembre empieza con el recuerdo de los seres que partieron al mundo espiritual (los difuntos) y suele culminar con el comienzo del Adviento: tiempo de espera (ver columnas de las ediciones 454 y 551 sobre el Adviento). Este año el primer domingo de adviento es justo el 30 de noviembre. Noviembre es un mes lluvioso, cuando culminan ciclos escolares y preparamos la pausa del fin del año. Pero ahora desde el comienzo de noviembre respiramos una atmósfera enrarecida, sobrecargada de ofertas, con los símbolos de la Navidad antes de tiempo y con una permanente invitación a correr y a consumir.
Qué bueno poder recuperar el ritmo y devolverle a noviembre su carácter de transición, de pausa, de reflexión sobre la muerte; noviembre es recogimiento otoñal, es conciencia del silencio. “Lo inconmensurable y lo infinito son tan necesarios para el ser humano, como el pequeño planeta en que habita”. Así nos invita F. Dostojewsky a elevar la mirada a otros planos y salir de nuestra pequeña parcela de ‘homo consumens’. Noviembre es un mes propicio para experimentar las realidades del mundo estelar y recordar que ‘estamos aquí, pero no somos de aquí.’ Esto significa que estamos de paso por este planeta con una tarea específica, pero que nuestra verdadera casa está en otro plano, que algunos llaman cielo, otros cosmos y, otros, mundo espiritual. Nuestro núcleo permanente, nuestro verdadero yo, se encarna temporalmente en un cuerpo, para vivir la experiencia de la libertad y desde allí conquistar la verdad. Cuanto más nos acercamos al umbral de la muerte, tanto más podemos sentir que las leyes del mundo estelar se manifiestan en nosotros. Un niño recién nacido nos conmueve a todos, porque trae noticias frescas del mundo estelar. Vemos en los limpios ojos de un bebé un pedazo de cielo.
El alimento de las fuerzas espirituales nos permite avanzar por un camino certero en el proceso de humanización. ¿Cuándo llegaremos a ser realmente humanos? ¿Cuándo vamos a transformar las pulsiones instintivas animales, que han generado estos sesenta y pico de años de guerra vividos en Colombia? ¿Cuándo podremos reconocer al ser estelar y eterno que vive en el vecino? ¿Cuándo vamos a despertar el sentido del yo ajeno?
La evolución de la tierra como ser viviente (Gaia) depende de la evolución de la humanidad, tejido inteligente de la corteza terrestre. Y la evolución de la humanidad depende del proceso y del compromiso de cada uno de nosotros. R. Steiner afirmó: “Solo cuando mi pensar sea luz, mi alma brillará. Solo cuando mi alma brille, la tierra será una estrella. Solo cuando la tierra sea una estrella, seré realmente un hombre”. Evolución terrestre y humana, ligadas hasta el fin de los tiempos. La tierra es la casa del proyecto de humanización. Los invito a avanzar en este proceso en noviembre y en todos los tiempos.
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