Calles oscuras y vacías, locales desocupados, sillas arrumadas. Ante la calma, hasta el cantar de los grillos o el rugir de una quebrada son protagonistas.
Tanto silencio no les debe gustar ni siquiera a los residentes de Vegas de Catay, Plazuelas y Florida Verde, algunas de las urbanizaciones que durante años han protestado por los niveles de ruido que emana el Parque Lleras las noches de rumba.
Es tan abrumador el silencio que la única bulla que se escucha es la que hacen los grillos en el parque, las aguas de la quebrada La Presidenta que esta noche lluviosa ha nutrido de fuerza y los radios de los vigilantes que cuidan mesas arrumadas y locales desocupados.
Solo hay una persona en el parque. Es un hombre que fuma sentado sobre una banca, mientras revisa su celular. Son las nueve y media de la noche y el lugar se ofrece como un espacio tranquilo en un día en que en otros espacios la ausencia del IVA causó alboroto.
Son pocos los negocios abiertos. Esos pocos venden comidas rápidas, y por eso en ellos se concentra la poca gente que se ve en estas calles. Alejandro Estrada, de Mega Burguer, espera con sus brazos cruzados a que lleguen los clientes, a quienes atenderá desde la entrada ya que no pueden entrar por bioseguridad. Eso cuando pasa, pues es raro que ocurra. “Uno que otro loco” viene por el parque a estas horas, advierte.
La carrera 38 vacía se ve extraña. Las luces están apagadas, solo funciona un hotel cuya recepcionista espera a los visitantes que no van a llegar. A lado y lado de esta y las demás calles del barrio lucen los avisos de “se arrienda” y otros carteles en los que suplican por las ayudas del Gobierno.
Lea también:
- Caminar por El Poblado en cuarentena
- Que los habitantes de El Poblado seamos uno solo
- Provenza sueña con su regreso
- Restaurantes en Medellín están listos para abrir
Sentado sobre una acera descansa John Jairo Bedoya, un vigilante. Me dice que hace poco atracaron a una persona una cuadra más abajo, cerca al parque La Presidenta. También supo de otros dos robos más arriba, hacia Vía Primavera. Justo allí, donde hay más maniquís que gente.
Los muralistas
En la carrera 37 me encuentro con Diego Acosta y Víctor Ávila. Son muralistas, de Bogotá, y hace tres meses comenzaron a hacer un anime japonés en un restaurante de comida de ese país que pertenece al hermano de Diego. La pandemia los cogió con pincel en mano, pero ahora que han levantado restricciones aprovechan para avanzar.
Su trabajo es nocturno, ya que el mural recurre a una técnica de luz negra que lo hace resplandecer. Pronto terminarán y esperan que coincida con la apertura del establecimiento, que por el momento atiende a domicilio.
El panorama, hacia Provenza, no cambia. Algunas luces se van apagando, conforme van terminando los domicilios. Se extrañan el ruido y hasta están ausentes los arrumes de basura que suelen verse con la actividad comercial. Si hasta la cancha del parque al lado del Índer pareciera que ya nadie visita: la canasta de baloncesto que está colgando delata el desdén.
Este recorrido se despide en el parque lineal La Presidenta. La quebrada sigue rugiendo, impávida ante la desolación que ronda a su alrededor. No son tiempos fáciles lo que se viven en esta zona y quizás hasta el silencio termine por aburrirse algún día.