Lo mejor que le puede pasar al candidato que antes era favorito en las encuestas es que pierda las elecciones. Brillará más en la oposición que en el poder.
¡Queremos algo peor…mucho peor! (pareciera desear el 40 % de los votantes…).
Y el restante 60 % seguimos sin ver de qué manera ese cambio drástico que promete el candidato que desea cambiarlo todo podría ser positivo para el país. Ni para sus votantes. Y, ni siquiera, para él mismo.
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Seamos francos: lo mejor que le puede pasar al candidato que antes era favorito en las encuestas, ese que estaba a un paso de empezar a formar gobierno, es que pierda las elecciones.
De esa manera podrá pasarse el resto de vida haciendo lo que mejor le ha salido, que es observar desde la barrera para oponerse de manera profunda, ácida y, sin duda, muy inteligente, todo lo que haga o deje de hacer el gobierno de turno. Podrá hacerse la víctima, podrá incluso pasarse otros cuatro años reclamando un supuesto fraude electoral…
No siendo presidente, sin verse obligado a poner en práctica esas teorías y proyectos en apariencia tan originales y efectivos, pero de seguro fracaso, el caballero evitará cargar con la culpa infinita de hacer retroceder décadas al país entero. No tendrá que estar explicando nada, no tendrá que someterse a encuestas de aprobación ni esas otras cosas tan incómodas que afrontan los gobernantes.
Todo lo que diga y haga podrá poner a pensar al país, pero será anecdótico. Y así sus 8-10 millones de votantes conservarán de él una imagen positiva, no sometida a desgaste ni escarnio. Podrá seguir siendo un ídolo. Un héroe.
Pero si, por desgracia para él -y claro, para 50 millones de sus compatriotas- llegara a la presidencia, se verá remando en contra de la corriente desde el primer día. O incluso antes de empezar, como le ha venido ocurriendo con esas bochornosas metidas de pata recientes. Que lo haga como candidato, vaya y venga, pero ¿qué tal que las proponga e intente ejecutar como presidente?
Cuando a un político sus amigos tienen que salir a rescatarlo cada tres días de sus errores garrafales, uno tras otro, es que el barco está haciendo agua. Cuando tienen que contradecirlo, pero tratando de que no se note mucho, no cabe duda: su candidato no estaba tan preparado como pensaban.
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Su natural propensión a meter la pata inevitablemente lo irá dejando más y más solo. Como a su copartidario Pedro Castillo, en Perú. En pocas semanas sus más cercanos aliados pasaron de la euforia a la vergüenza y al arrepentimiento.
Porque la mayoría de los políticos brillan mucho más cuando están en la oposición que en el poder. Y este, sin duda, es un caso clásico. Que siga brillando, entonces…
Es obvio que todos queremos el cambio. Pero -perdón por la obviedad, y si no es mucho pedir- ¡que ese cambio, mínimo, sea para mejorar!