¡Bien!
Mas la dicha me duró lo que va de un párrafo al siguiente. El tal propósito color de rosa es el más rápidamente archivado en el sótano de la cabeza. La realidad pura y dura lo vuelve trizas en un santiamén, aseguraba el artículo.
Lo comprobé en directo.
La exultación con la que nos ambientaban el 2016 desde las mañanas en la radio, las noches en la tevé, las revistas, los periódicos, no pasó el período de prueba. A fuerza de noticias, el ánimo colectivo cayó en picada.
La del zika es la prueba reina.
Cuando muchos nos fuimos de vacaciones, del zika sabíamos lo justo.
Que es un virus inoculado por la picadura del mismo mosquito –el Aedes Aegypti– que nos puede introducir en el cuerpo la fiebre amarilla, el dengue y el chikunguña, según sea la infección que lleve a cuestas.
Que es la hembra la transmisora.
Que fue descubierto en los años cuarenta –por casualidad, los investigadores iban en busca del origen de otras enfermedades- en una zona boscosa de Uganda llamada Zika y que allí se quedaría causando desastres “al escondido”, por cuenta de la proverbial pobreza africana y de la también proverbial indiferencia de los gobiernos y los pueblos de otras regiones. (Lo que pasa en África, se queda en África y sólo incumbe a África, dictamina la geopolítica).
Y que si bien ya había salido del encierro y había entrado al Asia, a ciertas islas del Caribe, y a algunos países de Centro y Suramérica –a Brasil con énfasis–, en Colombia no era motivo de especial preocupación. Las recomendaciones de siempre en cuanto a evitar picaduras y proliferación del insecto, las advertencias de los síntomas y las molestias pasajeras y algún detallito más. (El lado bueno -¿irresponsable?- de lo que sucede).
Pero…, el ministerio de Salud no contaba con su astucia. Con la del Aedes, que, entretanto los funcionarios daban partes de tranquilidad, usaba su cerebro -aunque fuera de mosquito- para zumbar en el modo “aldea global” que, al parecer, ignoran los salubristas oficiales: mientras en los aeropuertos y puestos de frontera se hace todo lo posible por dificultar el libre tránsito de los seres humanos, traficantes de cualquier cosa, capitales golondrina, delincuentes, bichos y epidemias entran y salen como Pedros por sus casas.
De ahí que con los Reyes (Magos), en la primera semana de enero llegaron también los Aegypti; no para presentar ofrendas y seguir de largo; para quedarse, tal cual lo han hecho el Niño, la Niña, las inundaciones, la sequía, el costo de los alimentos, la inseguridad callejera, los quebrantos del sistema de salud, etcétera. Así lo dijo el ministro Gaviria: “El zika llegó para quedarse”. Alto y claro, lo dijo. Y tarde.
Ahora estamos señalados entre los destinos más riesgosos por culpa de una invasión de bichos que no se vio venir o que, si se vio, se minimizó. (Esta semana arrancamos empanicados con las complicaciones neurológicas que el brote puede acarrear para mujeres embarazadas y personas de cualquier edad, los contagiados superan ya los veinte mil).
Y Colombia no estaba preparada para la epidemia. (¿Lo están Antioquia y Medellín?) Como tampoco lo está, por ejemplo, para el posconflicto, etapa en la que todo el mundo es docto en teoría, pero pocos captan en su inminente y práctica realidad. Y proximidad, que no será en África donde tendrá que afianzarse la firma del acuerdo de paz. Ni en los extramuros de las cabeceras municipales, el zika tampoco se conformó con Turbaco y Cartagena.
No hay enemigo pequeño, lo comprobaremos a lo largo del semestre.
ETCÉTERA: No me molestes mosquito/no me molestes mosquito/no me molestes mosquito/retourne chez toi…, cantaban mis hermanas, haciendo pico de pajarito “Le Moustique” de Joe Dassin, mientras, frente al espejo, se llenaban de tubos la cabeza. Y nadie hablaba de . La OMS ni se mosqueaba…