Más sabe el diablo por viejo que por diablo, nos han dicho, y yo creo que sí.
Hablo de la vejez asociada a la edad, a personas con muchos años, personas que han vivido mucho tiempo y que, se saben finitas, y entonces conforme pasan los años, tienen unas develaciones divinas, unos aprendizajes invaluables, que les permiten incluso vivir su última porción de vida como nunca, con la curiosidad de un niño, la ligereza de un adolescente, la imprudencia propia de lo genuino y la ternura de quien mira frente a frente a un animal.
Y es que tan cerca del final –que lo estamos todos, aunque no creamos-, hay más perspectiva, y se pueden revisar en forma y fondo qué nos estremeció, qué nos hizo sentir vivos. Qué nos hizo sentir. Y entonces me pregunto ¿por qué no hablamos más con nuestros viejos, familiares, amigos, vecinos, desconocidos, por qué no aprendemos más de ellos?
Cuando he hablado con personas que superan cierta edad, pongámosles 60 años, siempre hay una sensación déjà vu en mí, siento que algo de eso ya lo había vivido antes, y claro, es que son las conclusiones, las reflexiones importantes de la vida, a las que la mayoría podríamos llegar si nos hacemos las preguntas correctas, o bueno, solo si nos hacemos preguntas.
¿Y si conversamos más con nuestros viejos y escuchamos con atención y amor sus historias?
Y reconozco que cada generación llega con nuevas formas, nuevas luchas; sin embargo, las conclusiones de quien por cuestión de años se acerca al final del libro, tienden a coincidir, generalmente confluyen en lo mismo: en que ya valemos sólo por existir, que el valor no se encuentra afuera, está adentro y el disfrute de la vida está en cuanto la (nos) valoremos, para defender en voz alta nuestras convicciones y para gozarnos cada minuto de la existencia, porque si no es para pasar bueno, no sé para qué.
¿Por qué no escuchamos con más atención a los viejos? No hay que vivir la mitad de lo que será nuestra vida, miopes, alejados de lo que vale la pena. ¿Y si aprovechamos el cúmulo de aprendizajes de la experiencia humana de nuestros mayores? ¿Si conversamos más con ellos y escuchamos con atención y amor sus historias?
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Yo creo que, si lo hiciéramos, más temprano que tarde valoraríamos el sonido de los pájaros, el silencio de la soledad, cuidar una planta, hacer cosas con nuestras propias manos, respetar a los otros. A nosotros. Yo creo que no hay que ser viejo para ser sabio, que desde muy jóvenes podemos elegir vivir más, disfrutar los placeres de la vida: las artes, las relaciones sociales, la naturaleza.
(…) Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida
Oda a la edad
Pablo Neruda
Por: Maria José Gómez Villegas