El perdón es gratis.
Como el cariño verdadero. (No hay en el mundo dinerooo, para comprar los querereees, que el cariño verdadero, ni se compra ni se vende, olé).
“El perdón es una condición necesaria para que en Colombia se haga realidad cualquier decisión de parar la guerra, dar por terminado el conflicto armado y hacer sostenible la reconciliación”, escribió el padre Francisco de Roux (El Perdón, 2013), cuando los diálogos de La Habana apenas iniciaban.
A propósito de tales palabras que, al igual que los clásicos, tienen la fuerza para ser significativas en cualquier caso y permanecer vigentes en el tiempo, el viernes pasado tuve la fortuna de moderar una conversación en el marco de la Fiesta del Libro.
Y la tuve por tres razones: en mi ejercicio periodístico he comprobado que la violencia de nuestra sociedad se apoya en los pilares del odio, la venganza y el rencor; las participantes: María Emma Wills (doctora en Ciencias Políticas, miembro del Grupo de Memoria Histórica, integrante de la Comisión Histórica del Conflicto) y Adriana Valderrama (especialista en Justicia Transicional, magister en Paz y Conflicto, directora del museo Casa de la Memoria en Medellín) saben muy bien de qué va este tema; y, a pesar de que en el auditorio del lado se celebraba un encuentro supertaquillero, el de los polémicos escritores Jaime Bayly y Gustavo Álvarez Gardeazábal, el nuestro estuvo lleno casi al completo.
Que pudiendo escoger, tanta gente haya entrado porque su interés está en entender de qué manera podemos contribuir a repotenciar las bases de una convivencia pacífica en Colombia, es una fortuna.
Por cerca de dos horas, desde ese mirador privilegiado que es la tarima, no se oyó una mosca, ni un bostezo, ni un murmullo en las butacas, ni se vio a nadie cabeceando. Y al final, muchas preguntas.
“Es constatable que el perdón llama al perdón cuando se le da entrada en un grupo humano, porque pone en evidencia su valor, y es más probable que se dé su ocurrencia liberadora entre más se lo otorguen libremente unos a otros en una sociedad”, escribe también De Roux en el mencionado documento.
Al respecto, las invitadas enfatizaron en que el perdón es subjetivo, libre y gratuito. Subjetivo, porque sólo cada víctima sabe si quiere o no perdonar, si está capacitada o no para hacerlo, si su historia de vida (personalidad, educación, creencias, elaboración del dolor…) le ayuda a aligerar la carga del sufrimiento. Libre, porque el perdón no se decreta, ni obedece a presiones de la comunidad, ni a directrices de colectivos de víctimas, es una decisión personal, aunque es innegable que un ambiente propicio estimula a “perdonar, incluso, lo imperdonable” al decir de Jacques Derrida, víctima del Holocausto, al referirse a los crímenes imprescriptibles de lesa humanidad. Y gratuito, porque no pide nada a cambio.
Diferente a la reconciliación, que es un acuerdo que exige del lado de los perpetradores, verdad y restitución, y del de las víctimas, el Estado y la sociedad, justicia restaurativa y reincorporación, sin que tenga que haber perdón de por medio –basta con que las víctimas renuncien a la retaliación-, no obstante este garantice mayor permanencia.
(El Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana dice que “perdonar”, o decidir no castigar, viene del latín per, cabalmente, y donare, dar).
El perdón es un don.
ETCÉTERA 1: ¿Por qué son más reacios al perdón quienes no han sido víctimas?, preguntó Semana al padre Narváez, director de la Fundación para la Reconciliación. “Las víctimas saben que necesitan el perdón como un ejercicio de limpieza personal y espiritual. Se dan cuenta de que es un regalo para sí mismas. Algo que la persona que no ha sufrido no entiende fácilmente”.
ETCÉTERA 2: Cada año la Fiesta del Libro y la Cultura supera más las expectativas. En esta edición del décimo aniversario se sobró. No te vas a ir Juan Diego Mejía, que para escribir ya tendrás tiempo.
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