La reacción de la izquierda colombiana ante la abrumadora, aplastante y humillante derrota del cada vez más grotesco régimen chavista en Venezuela es de antología. Merece ser estudiada cuadro a cuadro en las facultades de psicología, antropología y ciencia política.
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El izquierdista se siente revolucionario. Se siente elegido, iluminado. Crece convencido de que le llegó un llamado profundo a mejorar el mundo y ha decidido seguirlo. Tiene que dejar huella. En él/ella existe una vocación de cambiarlo todo porque todo está mal, muy mal. Está mal el fondo y está mal la forma. Lo que hicieron las generaciones anteriores está totalmente equivocado y, para que por fin funcione bien la sociedad, es imprescindible empezar desde cero.
Su comportamiento entonces es crecientemente agresivo contra lo que hay. Creen tener el derecho divino de transgredir y de atacar, verbal y físicamente, todo lo que representa ese viejo orden elitista, caduco, decadente, corrupto e inmoral que nos trajo hasta aquí.
Todo eso funciona aceptablemente bien hasta que, de vez en cuando, les cae la desgracia de llegar al poder. Tan grave es, tan mal les ha ido, que, en el futuro, si ven el riesgo de ganar una elección, mejor para ellos fuera retirarse antes de que ocurra.
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Si de pronto llegan al poder, como hemos visto en estos dos años, las cosas pronto empeoran para el país. En especial para las clases más vulnerables, que lejos de beneficiarse se convierten en las primeras víctimas de sus políticas equivocadas, sus soluciones simplistas e infantiles y, sobre todo, de su ilimitada incapacidad para administrar y ejecutar.
Y a medida que van gobernando y más mal le va al país y a toda su gente, se van volviendo menos revolucionarios. Ellos se van convirtiendo en “el establecimiento” que tanto escozor les causaba cuando no eran ellos. Se van volviendo derechistas, reaccionarios y enemigos del cambio. Nadie más conservador que un izquierdista en riesgo de perder el poder. Les es imposible imaginar que el pueblo no los acompaña, que la verdadera revolución será contra ellos.
Hay que ver, volviendo a Venezuela, las acrobacias argumentales de Petro y sus amigos para tapar el sol con un dedo. Insulta la inteligencia ver, por ejemplo, a congresistas de la izquierda, incluyendo guerrilleros, pidiendo prudencia, mesura y paciencia, haciendo reposados llamados a conservar la calma para no incomodar a los demócratas que gobiernan el vecino país. Virtudes y actitudes que jamás aplicaron en su propio país cuando no eran amigos del gobierno.
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Hoy quedan como unos pusilánimes, ciegos y sordos, ávidos de tragarse cualquier cosa que vomite el régimen madurista. Miembros de primera línea, implacables destructores, promotores de la guerra contra la derecha tradicional, pero estadistas y pacifistas, dóciles gatitos apaciguadores hacia esa nueva derecha que hasta hace poco era izquierda.
Señoras y señores de la izquierda criolla: ustedes ya son la nueva derecha rancia, arcaica y trasnochada. Ah, ¡y mucho más corrupta!
De malas…