En la primera entrega de esta miniserie sobre la historia del Oriente Antioqueño, hablábamos acerca de lo ocurrido durante la Colonia, la Independencia y la primera mitad del siglo XIX. De cómo la región se fue poblando y desarrollando alrededor de la agricultura, la minería y el comercio.
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Contaba con poblados importantes como Rionegro, Sonsón y Marinilla, a los cuales podrían sumarse Aguadas y Salamina, hoy en el departamento de Caldas. Sin embargo, el Oriente antioqueño se va afirmando como zona fundamentalmente rural y campesina a partir de la fertilidad de la tierra, las buenas aguas y su ubicación estratégica en el camino entre Medellín y Bogotá.
Rionegro, mucho más que otros municipios vecinos, ha sido de mayoría liberal. Pero al mismo tiempo muy católica, de costumbres profundamente conservadoras en lo relativo a la autoridad de la Iglesia y los roles tradicionales de hombres y mujeres en la familia.
Las familias tenían la tendencia a ser grandes y a dedicarse a la agricultura y a la cría de animales en su propia parcela: a veces todos los miembros de la familia, abuelos y tíos incluidos, viviendo juntos y trabajando en lo mismo, compartiendo el mismo proyecto de vida.
Una vez empieza a desarrollarse la industria en Medellín, la población joven se va trasladando gradualmente a la capital para emplearse como obreros. Oriente se convierte en el gran proveedor de mano de obra para Medellín y contribuye a su acelerado crecimiento demográfico y económico.
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En consecuencia, las familias de Oriente se dispersan, los hijos -y luego los nietos- ya no comparten proyecto de vida. Padres y abuelos se quedan atrás. El tamaño de las parcelas disminuye a medida que se van repartiendo entre descendientes o vendiendo a terceros.
Los principales compradores de tierra a partir de la mitad del siglo XX son los ricos de Medellín, que cada vez cuentan con mayores excedentes de capital. Su objetivo principal es convertirlas en fincas de recreo. Tener finca en Oriente se convierte en insignia de “haber llegado”, en sentidos económico y social.
Más adelante, a partir de los 70’s, numerosas industrias de Medellín llegan a la conclusión de que hay que abandonar el Valle de Aburrá, algunas por no poder expandirse, otras para vender sus tierras con inmensa utilidad. Y, por supuesto, el lugar predilecto para establecerse es el Oriente cercano.
En consecuencia, el empleo industrial empieza a reemplazar el poco empleo campesino que queda. La tierra sube de precio de manera apreciable. Adicionalmente, la apertura de la -muy mal llamada- autopista Medellín-Bogotá y más adelante del aeropuerto José María Córdova, implican una interacción intensa, casi una integración del Valle de Aburrá con el de San Nicolás.
Lo cual, a su vez, promueve desarrollos inmobiliarios y comerciales totalmente nuevos para la región.
Siguiente y última entrega: Siglo XXI. Medellín invierte la tendencia e invade el Oriente.