En esta actividad maravillosa de acompañar procesos de salud y enfermedad constatamos cómo muchos problemas graves se originan en la primera etapa de la vida. Ya mencionamos cómo la intelectualización precoz o el uso indiscriminado de antibióticos y antiinflamatorios crean un terreno propicio para las enfermedades esclerosantes (Ver columnas ediciones 434 y 436). El niño del primer septenio aprende por imitación e imita incluso la enfermedad de su hermanito o de su compañero. Recuerdo las paperas o la varicela que viví junto a mis hermanos; enfermedad y tratamiento eran colectivos, y nos quedó una experiencia anímica e inmunológica inolvidable.
En el segundo septenio el proceso de desarrollo se centra en el sistema rítmico. El niño alcanza alrededor de los 9-10 años un ritmo musical básico: cuatro pulsaciones por una respiración. Descubre el mundo con asombro y miedo, y construye un castillo interior del que sale periódicamente y cada vez con más confianza. Los procesos salutogenéticos de este septenio se fundamentan en el ritmo; el niño aprende y crece en la pulsación armónica entre autoridad y amor. El niño necesita figuras de adultos a quienes respetar y amar, y en esa respiración inspira con los límites y espira con los afectos.
En este septenio se consolida el cuerpo vital. Los procesos salutogenéticos de esta época se pueden expresar artísticamente en una estrella de cinco puntas, que a su vez es el símbolo geométrico del cuerpo vital. Las cinco puntas de la estrella son: 1. las ‘buenas costumbres’: horas regulares para comer y dormir, alternancia entre trabajo y juego. Estos hábitos serán el fundamento de los futuros ritmos y de la vitalidad del adulto. 2. Prácticas artísticas regulares: pintar, cantar, danzar, tocar un instrumento. El niño de esta edad es un artista, un músico nato y promover las actividades artísticas en esta edad posibilita una disposición alegre y armónica en el futuro. 3. Las costumbres rituales: consagrar los alimentos, gratitud al final del día y retrospectiva, devoción, satisfacción interior. Los rituales son alimento rítmico para el alma y nos permiten trascender, elevar la mirada, religar. 4. El vivenciar ‘totalidades’ como paisajes hermosos, cuadros, obras musicales o arquitectónicas, fortifica la integridad del cuerpo etérico. Después de estas experiencias el ser humano se siente revitalizado. 5. Y el aspecto crucial en este septenio: cultivar la veracidad; esto es, un cultivo constante de la concordancia entre pensamientos, sentimientos y acciones. El hábito de mentir, de distorsionar la realidad con eufemismos, la duda y la desconfianza, consumen las fuerzas etéricas y minan la vitalidad. Esta labor desgastante tiene lugar en la noche durante el sueño cuando descansa la actividad pensante del cuerpo etérico y éste se ocupa de la regeneración del físico. Una sensación de malestar y falta de plenitud en el momento del despertar es expresión clara del desgaste del cuerpo etérico.
El cuerpo vital o etérico es el portador de la vitalidad, de la capacidad de autocuración, de las fuerzas de salud. Cuidarlo y mantenerlo es la mejor manera de prevenir la enfermedad y crear un terreno propicio para cumplir la tarea en esta existencia. Trabajar con el niño en esta dirección es una fuerte inversión para un futuro saludable y pleno.
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Músico por naturaleza
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