El ritmo fundamental de la existencia humana es el ritmo vigilia-sueño. En el día transformamos el mundo y gastamos la vida en procesos de pensar, sentir y actuar. En la noche reconstruimos y recuperamos la vitalidad que la conciencia consume en el día. Noche y día reúnen las grandes polaridades del universo, de la naturaleza y de lo viviente. En el ser humano partimos de dos polos: el polo de la cabeza o neurosensorial, asiento de la conciencia despierta y centro del pensar y el polo de las extremidades o polo metabólico-motor, asiento del actuar y centro de la conciencia durmiente. Los equilibra el sistema rítmico, con dos órganos polares y complementarios: el corazón y el pulmón; ellos viven en una conciencia intermedia y operan con procesos de expansión y contracción en una relación que en la vida sana funciona en el ritmo 4:1.
La noche permite que los procesos anabólicos o de construcción actúen plenamente y que los procesos catabólicos o destructivos se retiren. La fisiología oculta (R. Steiner) plantea que en la noche la conciencia ligada al pensar se retira de la cabeza para permitir que el cerebro descanse y se reponga. La organización del yo y el alma se separan de la cabeza y van al mundo de la noche, al mundo espiritual.
Dormir es un acto sagrado, maravilloso, reconfortante. Entrar al sueño es entrar en un templo y para ello es importante tener una mínima disposición y una adecuada preparación. Cuando vamos a la cama nos contraemos, entramos en un mundo íntimo, propio. El ser humano moderno ha alterado su relación con el mundo de la noche y ha desplazado el tiempo de descanso utilizándolo para actividades productivas o de entretenimiento.
Es frecuente entrar al sueño viendo T.V. o después de estar frente al computador o a los muchos etcéteras que nos brinda la tecnología. Éstos dejan nuestro cerebro en un estado de estimulación que va en contravía del estado de sueño. Así como el espacio para dormir debería estar libre de ‘smog’ electromagnético (TV desconectado, celular apagado o a más de tres metros, no teléfono inalámbrico, no Wi Fi), debemos preparar nuestra alma y nuestro yo para emprender el viaje. Y un camino adecuado para lograrlo es separarnos de los contenidos conscientes del día que termina. Acudo a una burda pero ilustrativa comparación: para apagar el ordenador debemos cerrar todos los programas que abrimos; el cerebro -mucho más complejo que el computador- necesita cerrar los contenidos y programas del día para entrar en el mundo de la noche.
El ejercicio propuesto por antiguas tradiciones y retomado por R. Steiner es doble: la primera parte se llama RETROSPECTIVA. La palabra expresa la acción de mirar (‘ops: vista’) hacia atrás y recorrer ordenadamente los eventos del día que termina, separándose conscientemente de ellos. Es necesario tener precaución con los sucesos que tienen carga emocional o peso mental o con las actividades pendientes para no quedar detenidos allí. Una posible ayuda consiste en poner los eventos del día en un cesto para entregárselos al genio o ángel de cada uno. Hago el recorrido partiendo del momento de la acostada y retorno mental o verbalmente hasta el momento de la levantada. Observo, entrego y me separo. Logro así las condiciones para tener un sueño profundo y reparador -que debería empezar antes de las 11 p.m. como ya planteamos en otra columna- y permitir al hígado entrar en su proceso revitalizante (anabólico). La segunda parte del ejercicio es la imaginación-meditación del punto y el círculo, a la que me voy a referir en detalle en otra columna.
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Mirar adentro y mirar atrás
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