Al conversar con milenials y personas en edad fértil, aparecen otras razones para tomar la decisión de aparearse sin tener hijos. Una de ellas: la responsabilidad con el planeta.
John Bargh señala en su libro ¿Por qué hacemos lo que hacemos? que los seres humanos tenemos dos pulsiones fundamentales que de manera inconsciente afectan nuestros actos y pensamientos: la necesidad de sobrevivir y la de aparearnos. Luego aparece la tercera pulsión innata: la de cooperar unos con otros, útil para las dos anteriores.
“En la vida actual estas tres tendencias suelen actuar sin que seamos conscientes de ello. Y suelen ocultarnos las verdaderas razones por las que sentimos o hacemos algo. Al apartar las capas de este pasado oculto que todavía nos afecta, podemos entender mejor el presente” y abordar mejor el futuro.
Me pregunto qué pasa en la actualidad con la necesidad de aparearnos y tener hijos. Es un hecho que las tasas de natalidad y fecundidad vienen bajando en las últimas décadas, en todo el mundo.
En 1950, las mujeres tenían un promedio de 4,7 hijos. En 1981, esta tasa se redujo casi a la mitad: 2,4 hijos por mujer, con extremos como Níger con 7,1 y Chipre con un hijo por mujer. Cuando la tasa de fecundidad de un país desciende por debajo de 2,1, las poblaciones empiezan a reducirse, mucho más donde hay una alta tasa de mortalidad infantil.
La caída en las tasas de fecundidad no se reduce a la disminución del conteo de espermatozoides y por el contrario se atribuye a tres factores: menos muertes en la infancia, lo que significa que las mujeres tienen menos bebés. Mayor acceso a la anticoncepción. Más mujeres en la educación y el trabajo. Estos son aspectos positivos del tema.
Pero al conversar con los milenials y con personas en edad fértil, aparecen otras razones para tomar la decisión de aparearse sin tener hijos. Una de ellas está ligada a la responsabilidad con el planeta, evitando la sobrepoblación. Otra a la necesidad de conservar la libertad o dedicar la juventud a procesos educativos o proyectos productivos, para los que los hijos pueden ser un obstáculo. El caso es que el actual censo del Dane nos revela que la población colombiana está envejeciendo y cada vez hay menos jóvenes y niños. En Medellín por ejemplo tenemos un promedio de tres personas por hogar, cuando esta cifra rondaba los 3,8 en 1993.
Hace unas décadas, uno de los objetivos centrales del matrimonio era tener hijos. Ahora las parejas se encuentran de nuevas maneras y los hijos pasan a ocupar un sitio secundario; ¿qué le espera a la humanidad? ¿Cuál es el futuro?
Decidirse a tener hijos implica generosidad y compromiso. Así como es necesario controlar la sobrepoblación, tenemos que pensar en seres humanos que cuiden el futuro del planeta. Las nuevas generaciones son una fuente de esperanza. ¿O estaremos abocados a la sexta extinción?