Esta es una queja de una comensal que, como muchos, quiere ir a comer a lugares tranquilos, en entornos amables. Hablo desde Provenza.
Buscando dónde almorzar algo rápido hace unas semanas en Provenza me topé con la triste noticia de que Como Pez en el Agua cerró su local de la 35. Había algunas empleadas así que pude preguntarles qué había pasado. Su primera respuesta me dio ánimos: “nos estamos repensando, estén pendientes de las redes sociales”. A continuación, casi como un susurro que no debía pronunciarse, agregó: “es que la zona cambió…”. Se refería a cómo, de tranquilos cafés y restaurantes, se pasó a un entorno de bares y discotecas.
Puñalada al corazón y aquí delato mi edad y mi condición de vecina: no voy a bares ni a discotecas y no quiero tenerlos junto a mi casa. El uso del suelo es para compartir, la ciudad cambia y no pretendo nada distinto, pero si los cambios no se regulan y los negocios nocturnos pasan a dominar, la expulsión de los residentes, y a continuación de cafés y restaurantes con propuestas más mesuradas en cuanto a ruido, tráfico y horarios, será inevitable.
No los aburro con temas de urbanismo: mi preocupación en términos más sabrosos y colectivos, es que los muchos negocios de comida que han llegado a Provenza en la última década terminen por partir hacia entornos más tranquilos. Una cosa es una zona de restaurantes con lugares como Oci.Mde, El Trompo, Naan, Tabún, La Chagra, Ganso & Castor y Arte Dolce, por mencionar algunos.
Recuerdo cuando abrieron Tomasa hace ocho años. En un garaje, amasaban todos los días un esponjoso pan brioche, croissant de chocolate, muffins de zucchini y otros productos que despedían su aroma por toda la 33; la calidad les permitió crecer y hoy, convertidos en Al Alma Café, tienen locales en distintas zonas de Medellín. Como Pez en el Agua o El Repostero, que nació en la misma esquina que aún ocupa desde hace 29 años y que se mantiene con su sabor y calidad.
Así que esta no es una queja de vecina diurna contra la discoteca: es un llamado de una ciudadana que, por demás, lleva una década dedicada a escribir de temas de cocina y ha visto con alegría y orgullo la llegada de negocios con propuestas llenas de valor y cocineros muy talentosos.
Por ahora me conformo con pedir mi tarta de limón mandarino y merengue o mi brownie black de Como Pez en el Agua a domicilio, pero quiero seguir disfrutando de los cuadritos de mora de El Repostero, de las crujientes espinacas de Naan, de las arepitas con pulpo de El Trompo y del helado de pistacho de Arte Dolce en la mesa de sus tranquilos locales. Quiero creer que en Provenza muchos más negocios de comida pueden llegar a las tres décadas.
Por Claudia Arias