Admito que encontré en la aplastante derrota que sufrió Juan Carlos Upegui un motivo de alegría. Era necesaria, a mi modo de ver, una sanción política y social para Daniel Quintero y quienes lo rodearon. Por eso tuve una sensación de victoria y pensé con satisfacción, cuando perdieron tan estrepitosamente, «¡se lo merecen!». Ahora espero que en Colombia se interprete esa derrota como el rechazo a las prácticas corruptas y al espíritu incendiario de Quintero Calle y le impida coger ventaja.
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Pero no todo fue gozo en las elecciones locales. Aunque lo preveía, enfrentarme a la realidad de tener nuevamente a Federico Gutiérrez como alcalde de Medellín no fue precisamente degustar un néctar. Mi deseo era que el péndulo de la polarización perdiera impulso, más la desbordada cantidad de votos que obtuvo Gutiérrez y el montón de curules que ocuparán en el concejo personas afines a él –cuando existían posiciones más neutras–, parecen decir lo contrario. ¿Logrará el nuevo alcalde reconocer, sin embargo, que muchas de las personas que marcaron su cara en el tarjetón no votaron por él, sino contra Quintero? ¿Será consciente de que tendrá que gobernar de una manera muy diferente a como lo hizo en su primer periodo? ¿Sabrá viajar entre las diferentes orillas de pensamiento para dibujar una ruta más inclusiva, más democrática? Confiemos en que sí.
Daniel Quintero merecía la derrota por lo que hizo y Federico Gutiérrez tiene una enorme responsabilidad en cuanto a lo que hará. Eso ya lo han dicho muchos analistas, pero es importante repetirlo para aleccionar, dado el pasado, y poner la debida presión, mirando al futuro. Yo, sin embargo, quiero hacer énfasis en algo más: la sociedad medellinense tiene que asumir un rol muchísimo más activo frente a la democracia si realmente quiere prosperar. Hablo de la sociedad abarcando a la ciudadanía, al sector privado, a la academia, al gobierno (que debe fungir como articulador). Ese rol activo implica abrir espacios de conversación en los que puedan expresarse diferentes opiniones y se tengan la suficiente madurez y grandeza para disponerse a reconocer que las del otro pueden ser valiosas.
No hay que olvidar, además, que somos una ciudad profundamente desigual y en esos espacios deben no solo estar presentes, sino también escucharse con atención, las voces y las críticas de las personas más desfavorecidas. Medellín se compone de muchos medellines, y no en pocos de ellos hay gente viviendo en la miseria o en condiciones muy cercanas a ella, con quienes hay que salir adelante.
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Si al elegir pensamos que es solo el gobernante quien mejorará nuestra ciudad (o nuestro departamento, nuestro país) y podemos desentendernos de nuestra participación hasta las próximas elecciones, estamos en un grave error. La responsabilidad cívica es de toda la sociedad y hay que participar activamente para lograr organizarnos mejor. Como lo dice Cristina Lafont, la democracia no tiene atajos. Seguiremos siendo vulnerables a los malos gobiernos mientras no participemos y no haya un tejido social fuerte, es decir: crítico, participativo y colaborativo.