Por: Juan Carlos Franco Uno espera de sus dirigentes que lo dirijan. Uno espera que le pongan metas y límites. Uno espera que estimulen las cosas buenas y que controlen las malas. Uno espera que tengan alta capacidad de propuesta y de liderazgo. Y que sean claros, coherentes y, para bien de todos, estrictos cuando toca. Claridad y coherencia. Justamente lo que ha faltado durante mucho tiempo en cuestiones de tránsito y movilidad en Medellín. Y autoridad, ni se diga. Pero bueno, aceptemos que no es una ciudad fácil, que la infraestructura no se presta, que el parque automotor (y el “motomotor”, ¡obviamente!) crecen a pasos agigantados, que gran parte de la población no está interesada en conocer ni respetar las normas y que los insuficientes guardas siguen muy concentrados en controlar el pico y placa y en que tengamos encendidas las luces en carretera. ¿Y la contaminación qué? Un corto paseo por la Avenida El Poblado, por La 10 o por cualquiera de las lomas demuestra que aquí a casi nadie le importa este asunto. O cuando menos, que de nada ha servido lo poco que se ha intentado. Lo primero que salta a la vista es que hay dos causantes principales: Por un lado buses, busetas, camiones y volquetas; y por el otro, las motos. Los vehículos grandes contaminan por varias razones. Seguro que la mala calidad del diesel tiene influencia, pero es obvio el mal o nulo mantenimiento que reciben muchos de estos vehículos. Y las motos, que contaminan algunas por ser de dos tiempos y otras también por su mínimo mantenimiento. Hay que ver buses, volquetas y motos arrancando en un semáforo o trepando una loma, llenándonos de humos fétidos impunemente al frente de la autoridad. Inevitablemente, las medidas siempre han estado orientadas al automóvil particular. De acuerdo, son los más numerosos, pero individualmente son los que menos contaminan. Son raros los automóviles que despiden densas columnas de humos negros o blancos tan normales en buses, camiones y motos. Pero también son las presas más fáciles para las autoridades en cuanto a recaudo de impuestos por certificados y mantenimientos. No puede ser que esta ciudad, encerrada entre montañas, acepte tan pasivamente respirar aires cada vez más contaminados sin emprender una campaña seria de control de emisiones de los más de 800,000 exhostos que por ella circulan. Por razones obvias de salud y de calidad de vida. Y hasta de de costos para el Estado. Hay que ver lo que cuesta a la seguridad social cubrir enfermedades respiratorias. Se necesita una iniciativa similar a la de Fajardo con la educación. Fue el eje de sus cuatro años y era evidente que había dirección, recursos, metas, dolientes, etcétera. Hoy es reconocido como una autoridad en el tema y gracias a esa gestión, que sin duda continuará por muchos años, Medellín tiene la posibilidad real de ser “la más educada”. Pero esta nueva administración Salazar no parece tener verdadero tema central, un “leitmotiv” indiscutible. Y ninguno más urgente y oportuno que el ambiental. Ninguno que llegue tan nítidamente a la totalidad de la población. ¿Será mucho pedir que al cabo de este mandato podamos mostrar a Medellín como “la más educada” y no la más, sino “la menos contaminada”? |
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