Tan rico que es reunirse con familiares y disfrutar al calor de nuestros platos favoritos. Prefiero, sin dudarlo un segundo, un plato sencillo que uno “elegante”, pero mal preparado.
Después de completar seis meses escribiendo sobre gastronomía en Vivir en El Poblado, cierro mi última columna del año con una pregunta: ¿Desde cuándo se volvió maluco cenar colombiano en estas fechas?
Desde que tengo memoria, vi a mi papá afanado por los platos que se iban a servir en las cenas del 24 y el 31. Recuerdo también mi desilusión al descubrir que el menú, una vez más, era un desabrido y seco pernil de cerdo o, peor aún, un pavo tieso y mal preparado que alguna tía había sacado barato en una promoción de supermercado. Y qué decir de la ensalada rusa, en la cual la papa, la manzana, la piña y el apio (némesis de mi niñez) se unían para hacer realidad mi peor pesadilla.
Sé que estas palabras causarían indignación en mis parientes, pero por fortuna ninguno vive ni remotamente cerca del Valle de Aburrá. Varias veces me pregunté por qué era tan imposible que mi abuela preparara un ajiaco, pues aun cuando era barranquillera le quedaba mejor que muchos que he degustado en Bogotá. O por qué era tan difícil hacer unos buenos fríjoles. Tampoco entendí la mística que le ponían a los pasteles costeños (un primo lejano de los tamales), que pueden alimentar hasta a cuatro comensales cuando están, como decimos en Barranquilla, ‘presúos’ (carnudos). Siempre pensé que estas delicias merecían un mejor lugar en la mesa.
Lo que no entendía a esa edad es que esos platos eran despreciados por ser “corrientes”, porque la ocasión merecía algo mejor, más lujoso. El error de mi papá y mis tíos fue que nunca dieron prioridad a lo más sabroso y eso, en mi opinión, no tiene sentido.
Tan rico que es reunirse con familiares que hace mucho no vemos y más rico aun si la ocasión se puede disfrutar al calor de nuestros platos favoritos, así no sean los más opulentos. Prefiero, sin dudarlo un segundo, un plato sencillo que uno “elegante”, pero mal preparado. Y creo que a muchos nos pasa lo mismo. O es que usted dice, un día cualquiera, “ay, tan rico un pavo relleno”. Lo dudo.
La invitación es a enaltecer lo típico en estas fechas, esas especialidades que siempre han estado cerca de nuestro corazón y paladar. Y, de paso, que uno de los propósitos para 2019 sea comer más de lo nuestro, comprarles más a las plazas y menos a las cadenas, comer en los restaurantes tradicionales y no tantas hamburguesas.
Aprovecho para darles las gracias por leerme a lo largo de este semestre y desearles lo mejor en 2019. Que no falten los buenos banquetes en aun mejor compañía.