Todo es tan natural, tan corriente, que ya nada nos asombra. Amanece cada día y no es nada extraordinario. Pero habría que celebrarlo, la naturaleza está ahí, plena.
Los tiempos de soledad –aun estando bien acompañada– me han enseñado a mantener amigos, muchos de carne y hueso, otros imaginarios. Amigos conseguidos y conservados través de la pintura, de la música, de la lectura, del contacto con la naturaleza. En verdad creo que eso lo vivimos todos los seres humanos cuando nos conectamos con ese “algo” que nos toca el alma.
Como los amigos son los hermanos que elegimos y que nos eligen, voy a hablar de esos amigos que físicamente no hemos visto, pero que nos conocen y nos miran desde lo que pintan, cantan, interpretan, escriben… Hablo con ellos desde la infancia, mis hermanas lo saben y se reían mucho porque hablaba “sola” en voz alta. Y no he perdido el vicio, qué alegría.
Desde hace años comparto con este amigo del alma que solo he visto una vez, pero que lo reconozco cada vez que lo leo, que escucho su voz. Con él comparto una gran pasión. La amiga que me lo presentó alguna vez me dijo: el problema de Vergely, así se llama, es que es demasiado apasionado, demasiado intenso. Con la misma pasión que habla, escribe, come, vive su espiritualidad y cada instante de su vida.
Sí, Vergely es excesivo y ella tiene toda la razón y eso es lo que me apasiona en esta íntima y silenciosa amistad. Lo leo con frecuencia, él me encuentra y me toca.
Uno de sus muchísimos libros se llama el Regreso al asombro. Sí que cuestiona ese texto, sí que invita, sí que excita, sí que conmueve, sí que apasiona.
De él aprendo sobre el asombro y me susurra: ¡hay que recuperarlo! Todo es tan natural, mejor dicho, tan corriente, que ya nada nos asombra. Amanece cada día, ¡qué milagro! Y no es nada extraordinario. ¿Pero cómo así? Habría que celebrarlo, el sol brilla, la naturaleza está ahí plena y nos ofrece su belleza, sus frutos, las personas que conozco, las que amo están ahí. Estoy viva, qué milagro (aunque a veces me da risa y digo: estoy viva de milagro, y sí).
Y dice Vergely que la gran tragedia del ser humano es no maravillarse, haber perdido esa riqueza, ese don, y comparto y pienso que es una joya preciosa que cultivar siempre, cada día.
“Uno puede ser rico, pero si no se asombra, es pobre”. Si pasamos sin darnos cuenta del milagro cotidiano, pasamos de largo al lado de lo esencial, nos perdemos la belleza de la creación, nos perdemos de la riqueza de cada ser humano, de los seres humanos, nos olvidamos de la profundidad de la existencia.
Así que hay que recuperar el asombro por todo aquello tan rutinariamente perfecto, tan cotidiano, tan evidente que por momentos lo descartamos, no nos toca, ni asombra, ni fascina, ni causa admiración (los sinónimos que se quedan cortos para expresar todo lo que la palabra asombro contiene).
Y los que quieran, los que queremos, podemos hacer el ejercicio que sugiere este intenso, apasionado ser que es Bertrand Vergely: “Todo empieza por la belleza. El mundo es hermoso, la humanidad que hace un esfuerzo por vivir con coraje y dignidad es bella y el fondo de la existencia que nos habita, es bella”.