“El ritmo más llamativo al que están sujetos los reinos vegetal, animal y humano, es el ritmo del día”: B. Rosslenbroich. En los animales cambia el comportamiento del ritmo diario, según el hábitat y la especie. Alimentación, procreación y demás funciones vitales están ligadas al trascurrir del día y la noche. Con la misma evidencia las plantas viven con el ritmo del día. Al amanecer comienza la fotosíntesis. “Algunas plantas abren sus flores a determinadas horas del día. Este hecho lo ilustró Carl von Linné en 1751 en su Reloj floral”. (Ibíd.)
La cronobiología encontró que todos los organismos (excepto bacterias sin núcleo y virus) tienen un ritmo diario que no es activado solo desde afuera, sino que tiene leyes internas y cuya fase es de 24-25horas. Este ritmo se llamó circadiano (del latín circa=cerca, dies=día). Y a pesar de que el ser humano moderno se sustrajo de los ritmos cósmicos, sigue teniendo ritmos internos propios, circadianos.
Los ritmos se relacionan con las metamorfosis y las polaridades. Trasmuto mi escritura al ámbito de lo cotidiano y comparto ritmos propios con mis lectores. Mientras escribo, cerca al mar, tengo una profunda vivencia de lo que significa el desapego. Nacemos, despertamos, morimos, dormimos. Y el camino está lleno de pequeñas muertes, de renuncias. “Quien no muere mientras vive, morirá cuando muera”. Es el aprendizaje cotidiano del nacer y el morir: con ello nos preparamos para no morir, para seguir viajando, cuando nos toque el turno.
Así como la salud cabalga en el ritmo y la vida es sostenida por ritmos, en casi todas las enfermedades encontramos alteración de uno o varios ritmos. Muchas enfermedades digestivas, respiratorias, cardiovasculares tienen trastornos del ritmo. En la vida corriente los ritmos relacionados con el polo vital (metabólico) conservan un estricto orden rítmico: los ritmos de descanso, alimentación y digestión tienen frecuencias de preferencia y los que pertenecen al polo consciente tienden a una fluctuación libre de frecuencias. Allí donde la conciencia humana actúa, se suspende el orden rítmico y en el sistema digestivo –inconsciente- se mantiene más fácil el orden: para los procesos de regeneración el ritmo es fundamental. “Los ritmos siempre deben ser respetados allí donde es necesario restituir la fuerza vital” (Ibíd).
El mar tiene una poderosa relación con la vida: nos recuerda la ‘sopa primordial’ de donde surgieron las primeras bacterias. Y está regido por ritmos lunares y ritmos cósmicos; la mar (una palabra donde los dos géneros van bien) nos mece con ese murmullo sordo de las olas, con el vaivén de las mareas, con una caricia primigenia que recuerda la vida intrauterina. En el mar es más fácil la muerte, es posible el desapego. El mar nos llena de pequeñez, de humus… el mar nos protege de los límites de nuestra pequeña cabeza y nos abre las puertas del infinito; el mar nos pertenece y nos acoge.
En el mar son patentes los ritmos, es posible el silencio y el trabajo interior, son posibles la fiesta y el movimiento. Si en la vida cotidiana nos mecemos con el vaivén del mar, podemos retornar a ritmos propios, más serenos, más tranquilos. Esto es salutogenético.
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