Aserrín en la cabeza

Los influencers, estos ídolos de ocasión que son noticia, un día sí y al siguiente también, sin establecer límites entre sus vidas pública y privada.

Hay personas cuyo objetivo en la vida es ser famosas y/o millonarias. (Cada quién). Y algunas lo consiguen en un santiamén, sin estar preparadas emocional y mentalmente para lidiarlo. Por eso tanto muñeco de aserrín fungiendo de ejemplo a seguir.
Muestras al azar:
Quienes son descubiertos por algún técnico, pateando un balón, esos, podrán llegar a ser futbolistas hípervalorados, antes de ser adultos. Con buenas piernas, muy pronto verán la hora en un Rolex, conducirán un Audi, comprarán un penthouse y se marearán.

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Quienes ven un garaje libre, al tiempo que sienten “el llamado”, esos, podrán montar una iglesia. Memorizando versículos de la Biblia y recibiendo limosnas a manos llenas, de una serán pastores con más dinero que lanas sus ovejas y se treparán al pedestal.
Quienes creen tener la varita mágica para solucionar los problemas que nos agobian, esos, a punta de labia, podrán ganar escaños, curules, alcaldías, gobernaciones… Si están bien apadrinados competirán por el premio gordo: la Casa de Nariño. (Aquí, la posibilidad de ser presidente de la República, no se le niega a nadie).

Y, a los que vinimos: quienes habitan en las redes sociales, tienen ego de tacón alto y vocación de exhibicionistas, esos, podrán formar rebaños en los pastizales de la virtualidad. Casi niños todavía –uno que otra con síndrome de Peter Pan o de Wendy- y con la cabeza sin amoblar, son los actuales gurús de esta sociedad vacía y fisgona. ¡Con ustedes, los influencers, señoras y señores!

(Advertencia: hay futbolistas, pastores, candidatos e influencers conscientes de la responsabilidad que tienen con fanáticos, feligreses, votantes y seguidores. Para esos pocos, mis respetos).

Estos ídolos de ocasión son noticia, un día sí y al siguiente también, sin establecer límites entre sus vidas pública y privada. (Da risa, entonces, que pidan respeto por esta última). Como ellos mismos exponen sus trapitos en Instagram, YouTube, TikTok…, las galerías piden más y más para satisfacer el morbo insaciable que las caracteriza. Se forma una espiral entre unos y otros que pone a tope los algoritmos y las alcancías de los titiriteros (dueños de las redes), los títeres (influencers) y los mercaderes (anunciantes) que cambian el alma por el dinero. Y también pone a tope el escaso pienso de los internautas.
¿Y el país? Mal, gracias.

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ETCÉTERA: Nos enteramos más de los desmanes de “Epa Colombia” o de las insensateces de “La Liendra” o de las intimidades de “Luisa Fernanda W” o del sofistique y el humor despiadado de “La Azcárate” o de las sandeces y la adolescencia crónica de “Nati Paris” o de las preferencias sexuales de “Aída Victoria” o de las cirugías extremas de “Yina Calderón” o de las tragas politiqueras malucas de “Polo Polo” y “Margarita Rosa” o de… –no hay que seguirlos, los medios se encargan de amplificarlos-, que de personajes e historias no mediáticas que sirven de talud a esta tierrita deleznable. Pero la culpa no es tanto de los influencers y del resto de nuevos Midas, como de los montones de borregos que se dejan llenar el coco de aserrín; con los pulgares hacia arriba, eso sí. ¡Epa, Colombia!

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