De novela policíaca a un análisis de la descomposición geopolítica o a la pesquisa sobre los sobornos de la empresa brasileña a Juan Manuel Santos… de todo para leer, según el filtro de Esteban Carlos Mejía.
Si follar fuera obligatorio, ¿se follaría tanto? Ni de fundas. Follar, como leer, es un placer. Punto. Con toda mi alma reniego de las lecturas por obligación o deber, esas que aniquilan el gusto por Cien años de soledad, de García Márquez, o la curiosidad por Tres tristes tigres, de Cabrera Infante. Si alguna vez acá se me escapara la manida jaculatoria de “lectura obligatoria” o “lectura imprescindible” para provocar la alegría de leer un libro, los conmino a que me exorcicen y me saquen el diablo de la moralina. Leer debe ser como follar. Un goce pagano. Y no se diga más.
Atreverse a ser sincera
“¿Está permitido mantener relaciones sexuales con una esclava que no haya alcanzado la pubertad? Está permitido mantener relaciones sexuales con una esclava que no haya alcanzado la pubertad si es apta para el coito.
¿Está permitido vender a una prisionera? Está permitido comprar, vender o regalar a las prisioneras y esclavas, puesto que no son más que una propiedad”.
Bajo este atroz catecismo, transcurrieron meses y meses de la vida de la joven yazidí Nadia Murad, secuestrada, violada y torturada por militantes del Estado Islámico en el norte de Irak. Nadia escapó, sobrevivió, se atrevió a denunciar los crímenes de sus captores, ganó el Nobel de la Paz 2018 y publicó su historia de coraje y terror en Yo seré la última (Plaza & Janés, primera impresión en Colombia, noviembre de 2018, 368 páginas). Lectura brutal para tiempos brutales.
Un paparazzo literario
En esencia, un paparazzo es un metomentodo: desde la intimidad anímica hasta los rezagos de maquillaje en los semblantes de sus personajes.
Juan Gabriel Vásquez es un consumado paparazzo literario, y así lo ratifica con Canciones para el incendio (Alfaguara, noviembre de 2018, 261 páginas), nueve cuentos de nueva generación, aunque algunos ya habían sido publicados en antologías previas.
Lo que más me gusta del estilo de Juan Gabriel es su afición casi desmedida por las digresiones, los paréntesis sin paréntesis, los incisos, los extravíos: uno se deja engrupir por el veneno de tan sutil palabrería hasta que de repente cae la guillotina y ¡zas! se acaba la dicha. Los finales de sus textos son abruptos, inesperados, más o menos discordantes. ¿Algún problema? Ninguno. Quizás en esta disonancia radican su perversión y su encanto.
Leer cuentos es todo un cuento
Líneas cruzadas es un llamativo experimento de Hilo de Plata Editores. Empacados en una pequeña bolsa o chuspa de papel, veinte cuadernillos primorosamente impresos conforman un libro de libros, una antología plena de tradiciones y rupturas. Son veinte autores de Medellín, varones y hembras, sardinas y catanos, veteranos y bisoñas, amalgamados por el fuego de la creación literaria “con muchas maneras de narrar que convergen en la pasión por el cuento”. Para que se antojen, al azar menciono tres títulos. Conteo regresivo, de Carlos Aguirre. Todavía me acuerdo, de Natalia Hernández Berrío. Como la tela de una araña, de Cristian Romero.
Sin buscarles pleito a los fans de los cómics, pero dicho con franqueza, leer cuentos me parece más interesante que ver dibujitos en un fanzine. No me fulminen, por favor. Mejor busquen Líneas cruzadas.
¿Hacia dónde vamos?
¿Cuánto falta para el fin del mundo? Los geólogos más optimistas calculan que apenas nos quedan cien años.
Un siglo tormentoso de deshielos en los polos, lluvias torrenciales y sequías infernales, ciudades engullidas por el agua salada, nieves derretidas en cumbres majestuosas. Y eso sin contar con la gentecita, nosotros, homínidos depredadores, reacios a cambiar estilos y modos de vida.El más reciente libro de la encarretadora Diana Uribe, Brújula para el mundo contemporáneo (Aguilar, noviembre de 2018, 446 páginas), puede servir como analgésico, reconstituyente o, en el mejor de los casos, revulsivo. Es un pormenorizado análisis de la actual descomposición geopolítica, con un final más o menos esperanzador: los textos y las casi 15 horas de audio nos ponen a pensar en una especie de renacimiento humano. ¡Ojalá!
Algo muy podrido
El escándalo de Odebrecht “crece como crecen las sombras cuando el sol declina”. ¿Aguantaremos la verdad de tanta inmundicia? ¿Vergüenza ajena o cólera propia?
Alberto Donadío, galardonado con el Premio Simón Bolívar a su vida y obra, publicó a principios de año una breve y contundente pesquisa sobre los sobornos de la empresa brasileña a Juan Manuel Santos, el otro que también dijo Uribe.
Nobelbrecht (Sílaba Editores, abril de 2018, 144 páginas) sintetiza los intríngulis de los chanchullos para comprar la complicidad del presidente y sus ñoños. Ahora que la hediondez salpica al fiscal General de la Nación y a varias compañías del grupo Aval, de la Organización Luis Carlos Sarmiento Angulo, OLCSA, una lectura de esta documentada investigación no nos dejará embolatar con leguleyadas ni maniobras mediáticas de cortísimo vuelo. Duélale al que le duela.
No hay nada oculto
Las novelas policíacas tienen duende, como decía García Lorca. Seducen, cautivan, encoñan. Al leerlas uno trata de anticiparse al investigador, imagina soluciones al enigma, atrapa (o destripa) al criminal, restituye el orden. Y cuando la lectura acaba, uno sigue cavilando y cavilando. Verónica Villa Agudelo acaba de publicar su segunda novela negra, Marina y un caso en el aire (Editorial UPB, octubre de 2018, 240 páginas), y la autenticidad y sencillez de su estilo convencen y gustan cada vez más. Narrado en formato de guión cinematográfico, aquí se esclarecen tenebrosas oscuridades cotidianas y se develan misterios de Medellín del Aburrá. Y además con ¡notas de página! Para mí, las notas de pie de página en una novela son como un mete y saca de la realidad en la ficción o viceversa. ¡Delicia total!