Leer. Leer narraciones con encanto. Volver a Gabo o reencontrar a Wenceslao Triana. Seguir a Jorge Franco. Rabiar con el periodista Juan Pablo Calvás. Leer, nos propone Esteban Carlos.
Bajo un cielo sin dioses
Lorenzo Falcó, agente secreto del Servicio Nacional de Información y Operaciones, es “un narrador excelente, ameno, descarado, y su encanto convierte en simpática cualquier anécdota trivial”, tal como su creador Arturo Pérez-Reverte. Con Sabotaje (Alfaguara, octubre de 2018, 373 páginas) vuelve a las andanzas por tercia vez. Elegante, seductor, implacable y astuto, ahora Falcó tiene una misión escabrosa: destruir la pintura emblemática de la Guerra Civil Española, Guernica, de Pablo Picasso.
¿Logrará su nefasto propósito? Quién quita. El suspenso es clave con Falcó: casi nada es lo que parece, los amigos son amigos siempre y cuando les convenga, como en Las cuarenta, de Rolando Laserie, y las mujeres besan y engañan y vuelven a besar… No importa: nuestro espía camina “como un guerrero antiguo bajo un cielo sin dioses” para que al final triunfe la buena ficción.
En este mundo están pasando cosas
Rey Naranjo Editores parece una joyería. Sus libros son alhajas. Sobrios, excepcionales, inteligentes, provocan y atraen. Gustavo López Ramírez, el buen escritor manizalita, acaba de publicar su primera novela con esta casa: Los dormidos y los muertos, septiembre de 2018, 484 páginas. Es extensa y, por tanto, deliciosa. Desde chiquito padezco “lo que se conoce en preceptiva francesa como Syndrome d’Honoré”, contagiado por el infame Cabrera Infante: mientras más larga la novela, mejor el placer de la lectura. Remembranza de Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer, se concentra en la vida de Eccehomo “Cheché” Almanza y en el diario de campaña que lleva desde adolescente, que acopia angustias, dolores y vicisitudes de una familia de provincia, sometida sin querer a la voluntad de lejanos y oscuros mandamases. ¿Quieren reír? ¿Quieren llorar? Lean a Gustavo López.
¿Una saga sin nombre llega a su fin?
Recuerdo cuando en abril de 1999 Enrique Santos Calderón, en su columna Contraescape, de El Tiempo, recomendó a un joven autor y su novela recién nacida, Jorge Franco y Rosario Tijeras, “la recreación literaria de la lacerante realidad social del narcotráfico”. Con ese espaldarazo empezó una saga sin nombre que ahora, casi veinte años después, concluye (o parece concluir) con El cielo a tiros (Alfaguara, septiembre de 2018, 381 páginas).
El estilo de Jorge Franco es vertiginoso, directo, categórico, como si se tratara de un guión de cine. La novela nos introduce en el aciago destino de los hijos de la mafia, encadenados a un pasado que quisieran negar u olvidar y condenados al fracaso de sus ilusiones presentes. A partir de la alborada, esa celebración ruidosa y boba de la noche de cada 30 de noviembre, Larry y Pedro nos meten en sus vidas y, por unos instantes, nos hacen creer que la pesadilla ya acabó. Ojalá sea así.
“Echar un cuento bien contado”
El escándalo del siglo (Literatura Random House, noviembre de 2018, 354 páginas) es una recopilación de cincuenta textos de Gabriel García Márquez publicados en periódicos y revistas entre 1950 y 1987, seleccionados por Cristóbal Pera y con prólogo de Jon Lee Anderson.
Un genuino bocatto di cardinale para quienes aman las fábulas y los insólitos finales del periodista Gabo. Hay de todo: crímenes en Roma, digresiones cuasi frívolas sobre el papa, relatos de guerra o de paz, anticipaciones de Macondo, recuerdos de escritores. La crónica policiaca que da título a la antología, publicada en trece entregas en septiembre de 1955, en El Espectador, es imperecedera. ¿Invento o certeza? ¡A estas alturas de la vida a quién le importa! Hace décadas la realidad de García Márquez superó a la ficción. De lejos.
Más sabe el Diablo por viejo que por diablo
¿Un columnista debe hacer caso al qué dirán o puede desdeñar lo establecido y hacer pilatunas con el lenguaje? Wenceslao Triana es (o era) un viejito de noventa y pico años, marrullero y socarrón, convencido de que sus escritos en El Universal, de Cartagena de Indias, servían como “taller” para expresar “los límites y posibilidades de la palabra escrita”. Alentado por la misma melancolía del protagonista de Memoria de mis putas tristes, de García Márquez, jamás se preocupó por recopilar en un libro sus textos sobre literatura, fútbol, ciencia, cine, política, música, historia, etcétera. Por fortuna, el escritor Gustavo Arango se puso en esa tarea. Vida y opiniones de Wenceslao Triana (Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, agosto de 2018, 428 páginas) reúne docenas de sus artículos en una experiencia única y original. Gracias, Gustavo, por resucitar al cucho Wenceslao.
¿Y quién tuvo la culpa?
Indignarse es más fácil hoy que hace treinta o cuarenta años. La ubicuidad de internet, la feroz avalancha de estímulos mediáticos o la propensión humanoide al morbo y el alarmismo son condimentos (o afrodisiacos) para la irritación y el rencor.
¿Quieren enfurecerse? Lean Nos pintaron pajaritos en el aire (Planeta, agosto de 2018, 200 páginas), del periodista Juan Pablo Calvás. En un aplastante recuento de promesas incumplidas por los presidentes de la República desde 1974 hasta la fecha, este libro nos descubre la parte más cínica de la política colombiana: el pacto implícito entre votantes y candidatos: “tú me engañas, yo me dejo engañar”. Porque, a mi modo de ver las cosas, los indignados de hoy eran los apáticos de ayer. Calvás dixit.