Puedo afirmar que la salud de mis sistemas digestivo y respiratorio, y por tanto mi bienestar general, mejoraron notablemente cuando dejé de tomar leche de vaca hace ya unos 35 años. El cambio se fue dando a partir de la observación cada vez más consciente de que mi organismo no toleraba bien la lactosa. Posteriormente, cuando empecé a estudiar temas relacionados con la alimentación humana, me percaté de algo que parece una verdad de Perogrullo: ningún mamífero adulto, excepto el ser humano, toma leche.
Mi observación se empezó a extender a la gran cantidad de derivados lácteos que nos ofrecen las industrias de alimentos. Con casi todos ellos tenía una extraña sensación de pesadez, una música no armónica en el vientre y una importante producción de flema en las vías respiratorias.
Solo toleraba bien el queso y pronto entendí que el cuajo hace un proceso de predigestión de la leche que lo hace mucho más digerible.
A lo largo de 28 años de ejercicio de la medicina le he seguido la pista a los efectos de la leche de vaca sobre el organismo humano y las conclusiones más claras están relacionadas con la producción de problemas respiratorios crónicos en los adultos o recurrentes en los niños donde el tema central es la producción de flema y con la generación de problemas del colon.
Me atrevo a afirmar que existe una relación directa entre el consumo de leche de vaca o derivados lácteos dulces (con azúcar o endulzantes) y la producción de flema en las vías respiratorias y en el colon. En el lenguaje de la medicina china: el consumo de leche de vaca genera un exceso de humedad que favorece las enfermedades respiratorias y digestivas.
Pero un campo que es aún más sorprendente es la relación que tiene el consumo de leche de vaca con aspectos cómo la precocidad de la primera regla en las niñas y la aparición posterior de cáncer de mama en las mujeres y de próstata en los hombres.
Evidentemente no podemos ni queremos afirmar que la leche de vaca produce cáncer. ¡Sería una barbaridad! Pero es sorprendente cómo en una población tan numerosa como la China, la incidencia de cáncer de mama es muy baja.
Hay pueblos que apenas conocen el cáncer de mama, como es el caso de China y Japón. Esto cuando siguen su dieta tradicional. Cuando se trasladan a Occidente, o adoptan la dieta occidental, al cabo de dos generaciones los índices de esta enfermedad se igualan con los de las occidentales. Esto descarta, por lo pronto, la variable genética. En las dietas tradicionales de estos países no hay leche de vaca, ni derivados lácteos y, por el contrario, existe un alto consumo de soya, tofu y sus derivados.
El efecto oncogénico de la leche de vaca no se debe a su contenido en grasa, sino a que es un alimento con una gran carga hormonal. El bebé humano, alimentado con leche de su madre, dobla su peso en seis meses, el ternero lo hace en 47 días, y en ese tiempo puede alcanzar los 100 kilos. La leche de la vaca provee al ternero no solo el alimento necesario (proteínas, grasas, carbohidratos, calcio, fósforo…), sino una variedad de hormonas de crecimiento, mensajeros químicos cuya función es estimular la proliferación celular del ternero, para que aumente de peso rápidamente. Dicho de otro modo, la leche es un potente coctel de hormonas y sustancias afines, que actúan sinérgicamente entre sí. Esta es, probablemente, una de las causas del aumento de estatura que ha ocurrido en Occidente en las últimas décadas.
Cuando ese estímulo es recibido por un organismo adulto, de una especie de mucho menor peso, que ya ha concluido su etapa de crecimiento, este efecto hormonal estimulante puede tomar un camino lateral de efectos poco deseables. El tejido de los pechos es especialmente sensible; el cáncer de mama es un cáncer impulsado hormonalmente.
Un hecho sorprendente es que solo una de cada 10.000 mujeres muere de cáncer de mama en China, mientras que solo en el Reino Unido las cifras oficiales hablan de una de cada 12. En Latinoamérica la tendencia revela que una de cada nueve mujeres puede padecer cáncer de mama. Saquen sus propias conclusiones.