Empezó cierta noche en medio del anonimato y con una logística precaria: dos habitantes, provistos de tapabocas, se instalaron en el parque central del conjunto residencial y con el sistema de sonido y la dotación de balotas que pudieron conseguir, montaron un bingo de mil pesos para jugar con sus vecinos desde los balcones.
El viento arreciaba y las fichas se volaban; el parlante no lograba el alcance esperado, parecía que el “no se oye” fuera siempre el número ganador entre los jugadores que por esos días iniciales se presentaron en un número limitado. Entonces surgieron los valores que le dan sentido a vivir en comunidad: alguien prestó un sistema de balotas, otro sumó un sonido más potente y un montón de habitantes se agregó en entusiasmo. La mesa gritaba “B12”, “O71” y ahora sí todos escuchaban.
Cinco semanas después cada miércoles y cada sábado, la jugada de bingo se convirtió en el plan esperado por todos: por los que quieren el guiño de la suerte, los que necesitan soltar pantallas, sesiones de Hangouts y webinar, también los residentes que encontraron en la mesa del bingo una vitrina para vender los productos de sus emprendimientos. Además, hay rezo del rosario todos los días, también cada uno en su balcón, y como ñapa los habitantes crearon una mesa de la confianza, para dejar donaciones de alimentos y elementos de aseo, para tomar lo que se necesite y sin que medie el dinero; y los viernes instructores deportivos toman el lugar en el parque central del conjunto residencial para guiar una clase de 45 minutos que otro montón de vecinos sigue desde sus balcones: sentadillas, saltos, avanzadas…
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Todo ocurre en la misma urbanización, bajo un llamado a que “ojalá que las crisis y las tragedias no sean la única oportunidad de unirnos”. Unidos, como ocurrió en la urbanización donde Fernando mambo González los puso a cantar y a bailar en los balcones un par de noches de marzo, o la que reunió 40 mercados y con la ayuda de la Policía los distribuyó en las casas vecinas o la otra mesa de la confianza que instalaron unos residentes de Envigado, para dejar y para llevar productos básicos mediante un trueque simple, pero lleno de valor, más la urbanización donde crearon un chat para que los emprendedores por estos días sin vitrinas tengan forma de anunciar sus productos y le puedan hacer un quite a la crisis.
A mambo González le echaron la Policía por “ruido”, al anfitrión del bingo de mil pesos también, por sus “manejos de dinero”, pero no dejaron de ser aspavientos en un escenario de gestos positivos, de confianza, de solidaridad, de unión, con la distancia que obliga el aislamiento, pero con lazos de comunidad que se hacen fuertes y que se deberían conservar y potenciar para cuando toda esta pesadilla termine.
Y en su urbanización ¿qué están haciendo? o ¿cuándo empiezan?