Un niño de 21 años, con apenas 18 meses en el pelotón y con una cara de estudiante universitario, nos dejó las mayores y mejores enseñanzas de un año deportivo atípico.
Tadej Pogacar, el adolescente esloveno, nos regaló el final del Tour de Francia más emocionante, posiblemente, de los últimos 30 años. Sí, sin colombianos en el podio, con un escarabajo tirado a la lona en el último round y con pocas alegrías nacionales.
Y la emoción la trajo un nombre que conocimos en el Tour de California y la Vuelta a España de 2019, que dio una patada al tablero de una Grand Bouclé que pintaba para ser gris y sin emociones. Y nos remarcó que todo es posible.
Pogacar, en su final trepidante de la contrarreloj, fue contra todo y todos. Primero, venció un rival indómito: los vientos. En la séptima etapa perdió 1.21 minutos en una jornada sin montaña. Recuperó el tiempo y se ubicó entre los primeros a punta de ataques y arranconazos.
¿Recuerdan en 2015 cuando Movistar escudó la estrategia de no soltar a Nairo Quintana, y limitarlo a ayudar a Alejandro Valverde a estar en el podio, sólo porque Nairo perdió tiempo a causa de los vientos? Sí, el Tour no se pierde por los vientos.
Pogacar también ganó con poco o nada de su equipo. A su lado corría un Fabio Aru desconocido, un David de la Cruz con una fisura en el sacro, y un Davide Formolo que funcionó pocos días. Sin una aplanadora se las ingenió para estar siempre al frente y ganar tres etapas.
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Y es que Pogacar ganó siendo atrevido. Atacó en varios tramos buscando restar la diferencia perdida en los vientos, fue de los pocos en tirar cuando el pelotón moría del miedo ante la idea de desfallecer en la montaña, y les plantó la cara a los trenes de los superpoderosos Ineos Grenadiers y Jumbo Visma. Los amarillos dominaron una carrera durante 19 días. Pero no contaron con el orgullo de Tadej.
La última enseñanza fue un guiño al ciclismo clásico. Cuando todo estaba predestinado a ser una victoria del potenciómetro, ese aparatico que hace que las carreras sean planeadas con fórmulas matemáticas y numéricas, Pog rompió la calculadora.
Para el ascenso de la contrarreloj de la penúltima jornada optó por no utilizar un medidor de potencia ni ciclocomputador. Fue a ciegas, con sus sensaciones y con la idea de que con algo más de esfuerzo podría arrebatarle la camiseta amarilla a su compatriota Roglic.
Y así, Tadej logró ser el campeón más joven de la historia (superando a Egan Bernal) y el primero en ganar tres camisetas (general, joven y montaña) desde el mejor ciclista de la historia, el caníbal Eddy Merckx. Pero sobre todo, nos enseñó que el ciclismo puede ser diferente, sin excusas, sin miedos, y siguiendo las sensaciones.
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