/ Jorge Vega Bravo
Droga es una palabra de origen incierto derivada del vocablo celta droug,que significa malo, algo en lo que no podemos confiar. Droga se usó para sustancias curativas químicas o vegetales y desplazó a la palabra remedio, emparentada con ‘med’: que significa mediar, curar y de don to generó viudas, huérfanos, desplazados y seres sin esperanza, en una espiral que parece sin retorno. Y además de enquistarse en el tejido social, nos convirtió en un país consumidor de drogas ilícitas y de sustancias ‘lícitas’ en busca de un calmante para el dolor del alma.
Si contextualizamos estos fenómenos, vemos que están ubicados en una época en la que la humanidad empezó a replantear una serie de valores que hasta la segunda posguerra mundial parecían inamovibles. El Concilio Vaticano II en 1962, la Revolución de la Primavera (Francia, Mayo del 68), el movimiento hippie y el nacimiento de la música rock marcaron -desde distintos ángulos- un intento de superación de la visión materialista y consumista del mundo. El ser humano quiso retornar por diversos caminos a su mundo interior. El descubrimiento del LSD (1938) y el inicio de experiencias con psicofármacos fueron intentos de amplificar la conciencia, por un camino artificial.
El uso de plantas alucinógenas formó parte de la experiencia humana desde hace miles de años en rituales religiosos y curativos. Ahora, por fuera del contexto cultural y mágico-religioso, el ser humano escapa de la realidad: consume sustancias y repite comportamientos que conducen a dos tipos de adicciones: tóxicas y no tóxicas (ludopatía, adicción al trabajo, al sexo, al internet). Ron Dunselman dice que las adicciones en la época actual son un acontecimiento en el que el hombre moderno se busca a sí mismo y a su patria espiritual. Y en apariencia esto lo proporcionan ciertas drogas o comportamientos compulsivos; pero la personalidad humana se ve condenada a que ellos ocupen el lugar del Yo; las experiencias anímicas y espirituales se sumergen en una esfera de esclavitud.
Los principales factores de protección y riesgo de las adicciones están en la familia y en la escuela. Los principales factores que desestructuran el proceso de maduración del cuerpo para albergar la individualidad son: violencia o maltrato físico; violencia sexual; abandono físico o afectivo y exceso de afecto -falta de límites-. Estas conductas obturan el desarrollo evolutivo sano, impiden al Yo apropiarse del cuerpo, crean las condiciones para buscar escapes y hacen que una conducta recreativa o de consumo se transforme en conducta adictiva o dependencia. Es necesario trabajar con decisión en los procesos preventivos dentro de la familia y de la escuela.
Cuando el deseo es más fuerte que nuestra individualidad, estamos “enganchados” y nos convertimos en adictos. Verslaving, la palabra holandesa para denominar adicción, contiene el concepto de esclavitud (Dunselman).
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