/ Elena María Molina
Nos preguntamos por el hacer del hombre, cuál es su misión y, ante todo, cuál es su vocación. Es cuestión de planos y del impacto, es cuestión de vivencias frente a los demás y frente a sí mismos. Del hacer afuera y del trabajo íntimo.
Es bien conocido que me encanta el mito cristiano. Ahí están nuestras raíces que se mezclan con las tradiciones de la cuenca del Mediterráneo y nos forman bosquejos de esta relación del ser humano con su ser interior, lo que llamamos Dios. Y como Dios es uno, no debe ser motivo de preocupación cuál sea la religión de cada cual, eso es respetable. Lo que importa es la intimidad de cada uno, lo que en pocas palabras deviene la vocación. La misión es el llamado del mundo a un hacer particular, la vocación el llamado del alma. La misión provoca, tiene que ver con lo que uno ama, con lo que a uno le gusta, ese espacio donde uno se siente bien. La vocación es camino interior.
Cuenta la tradición que los diez mandamientos fueron grabados por el Señor en el inicio de los tiempos. Mas tarde, el hombre fue sacado de Egipto, donde era vestido, albergado y nutrido, y luego llevado al desierto donde renegó de la libertad y anheló de nuevo la esclavitud; sacado de Egipto para encontrarse con la ley que lo conduce a la unidad, es decir, con la ley que le permite participar del reino. En el camino, se despierta en él la duda que carcome y el miedo que lo impulsa a construir el becerro de oro que, posteriormente destruido por Moisés –hecho polvo sobre las aguas– se los da a beber. Oro, alquimia transformadora. El miedo los llevó a la construcción del becerro de oro, el miedo que los devoraba, y al beberlo hecho polvo de oro, en agua, lo integran.
Ese mito es un llamado al cambio de valores. La vida, en un eterno presente, nos invita a dejar atrás situaciones que nos esclavizan y, si lo hacemos, el desierto nos espera con el miedo que devora y la gran tentación de construirnos nuevos becerros o falsos dioses o faraones a quien servir. Tal vez queremos devolvernos y estar al servicio de un poder, una posesión o un placer externo. Solo cuando la presencia del ser íntimo es sentida podemos nombrar lo que nos esclaviza: las relaciones, el trabajo, las ambiciones, las pulsiones, las necesidades que van en incremento.
Cada día el ser íntimo nos invita a dejar Egipto, ¡a ser libres! A dejar el terreno del inconsciente para ir hacia esa tierra desconocida y entrar en experiencias de contactos con las energías divinas creadas, ángeles que nos habitan y que danzan con nosotros cuando emprendemos la búsqueda, el sendero del conocimiento, la dicha.
Conocimiento de sí: qué desafío en este mundo donde la oscuridad gana terreno, símbolo de que la claridad hace lo mismo. Ley de la polaridad. Oscuridad y tinieblas íntimas donde uno siente que jamás se está solo porque en medio de ellas siempre está la luz.
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