/ Elena María Molina
Vivimos en un planeta maravilloso, un organismo vivo que perpetúa su Génesis, que nos acoge amorosamente y que matamos en busca de más Poder, más Placer y más Posesión.
La Tierra. La madre tierra, la que nuestros antepasados, esos “indios” que habitaban, cuidaban, respetaban, veneraban estas regiones. Hasta la llegada del “blanco”, poseedor de la verdad, de un dios y ante todo de una gran ambición, y que arrasó con todo lo que pudo, como lo sigue haciendo ahora con la venia del poder central. ¿Todos seguimos trabajando “para el gringo”?
Ahora la Tierra y sus ritmos han cambiado, ella y la riqueza que nos brinda ya no es venerada, el Sol que era el centro, se cambia por el hombre, él es el centro… y no sigamos. Lo interesante en el mundo de hoy es que la idolatría es colectiva: la ciencia, las tecnologías que permitan un mayor enriquecimiento y una mayor explotación.
Ellas son las que han liberado al Hombre de duros trabajos y se han dedicado también a escudriñar los mas grandes secretos. Felizmente la física cuántica ha hecho explotar muchos límites racionales, sin embargo hay tantos “científicos” que juegan a ser ícaros, que no le aportan nada, nada, al sentido de la vida. Tampoco las religiones lo han hecho, se han olvidado por completo de dar elementos de cohesión y de coherencia a cada ser. Y con tanta facilidad todos buscamos cuidados paliativos inmediatos que de ninguna manera nos conectan con nuestro ser esencial.
Hay filósofos que tocan al Hombre y el alma de la humanidad. André Malraux lanzó un grito de alarma temible, ¡decía que somos la primer civilización que no tiene sentido de lo sagrado!
Nos contentamos con espíritus religiosos que se quedaron infantiles. Lo sagrado pertenecía a las iglesias donde los fieles esperamos la intervención mágica de un dios todopoderoso. ¿Y para qué un dios, si ciencia y tecnología resuelven todos los problemas? ¿Para qué el respeto de una creencia, de la Tierra, de lo que ella aporta, enseña, regala?
Dios se ha vuelto extraño, porque nosotros como Hombres estamos por fuera de nosotros mismos, vivimos exiliados de nuestra realidad interior, ajenos a ella. Extranjero a la realidad rica en posibilidades, en dones, en conocimientos. El lado femenino, desconocido, inconsciente. Para creernos dios cosificamos todo afuera como realidad única. Divididos, dejamos atrás, lo que nos nutre: femenino, inconsciente tierra.
Y es por eso que estamos generando tanto sufrimiento. Trágicamente el principio es adquirir, no cuidar, no labrar, no amar. Y si para adquirir hay que matar principios, ética, cuál es el problema…
Y para retomar el mito Judeo Cristiano, Caín mató a su hermano, y esa espada se convirtió en la herramienta de todas las conquistas posteriores – exteriores. El adquirió una gran inteligencia y fuerzas prodigiosas, edificó una ciudad sorprendente y continúa edificando ciudades y grandes edificaciones… nada puede pararlo… ¿No es acaso un rey? ¿No es acaso un dios?
Estamos viviendo el apogeo de muchos sufrimientos. La peste la vemos por todas partes, en tantos acontecimientos. Así podemos con la ciencia entrar en una lógica que mutila. Una lógica vampira, donde los sistemas económicos y políticos aspiran a seguir chupándose la sangre de la Tierra. De nuestro planeta Tierra, de la madre tierra donde el ecosistema entra ahora en su fase terminal.
[email protected]