Por Agenda del Mar
En algún momento de la segunda mitad del siglo pasado, Medellín recibió el honroso título de La Tacita de Plata, haciendo referencia a su limpieza, desconociendo el manejo que se daba a la basura: hasta la década del 70 el destino final eran el río Medellín, sus quebradas afluentes, las calles y las zonas deshabitadas. Un acuerdo municipal ordenó su disposición en un lote en el sector deprimido de Moravia, donde por más de 10 años creció al ritmo de la pobreza una montaña de basura manejada sin ninguna tecnología. Ya en los años 80 se cambió la palabra basurero por relleno sanitario y apareció la Curva de Rodas, operada con algún manejo técnico que resolvió el problema por 19 años y fue reemplazado por el relleno sanitario de La Pradera situado a 155 kilómetros de Medellín y que entró en funcionamiento en junio de 2003. Nos preguntamos: ¿Dónde vivía la persona que se inventó lo de la tacita de plata? ¿Cuándo mereció la ciudad ese título?
Pensemos por un momento en el papel que cada uno de nosotros representa con la basura, en la casa, el colegio, la universidad, la oficina, los sitios de diversión, las vías, en fin, todos los lugares donde vivimos, estudiamos, trabajamos y visitamos. Somos una persona entre las dos millones trescientos mil que reúne el área metropolitana y que generan dos mil toneladas de basura diariamente.
La responsabilidad de los servicios de aseo es de las Empresas Varias de Medellín; eso significa recoger, transportar, separar y disponer de la manera adecuada los llamados residuos sólidos. Todo este trabajo tiene un valor que se reparte entre las fábricas, oficinas, colegios, universidades, almacenes, mercados, tiendas y familias.
Existen entonces dos elementos básicos en este proceso: los que producimos basuras y los que se encargan de ellas. Entre ellos aparecen unos seres dignos de admiración y respeto: los recicladores o recuperadores y las entidades que les compran sus productos a precios justos y se preocupan por ellos. Algunos se asocian en cooperativas como Recuperar.
¿Cómo podemos juntar y mejorar el proceso de las basuras? Empecemos por las familias: papá, mamá, hijos, familiares, empleados. ¿Por qué nos parece imposible separar sus componentes en los recipientes que muchas veces nos regalan, para convertirlos en un material utilizable? Podríamos empezar por lo más sencillo: una bolsa verde para residuos orgánicos y otra de diferente color para material inorgánico. Con esa sola acción disminuiríamos el trabajo de la empresa de aseo y seríamos solidarios con las personas que viven de recoger y separar residuos sólidos.
A propósito, un saludo, llamarles por el nombre, compartir con ellos cosas que nos sobran, alguna comida, los haría sentirse como seres humanos. Algo más, compremos bebidas que vengan en envases retornables, objetos que tengan poco empaque, que sean biodegradables y desaparezcan rápidamente. Esto puede extenderse a los centros educativos y religiosos. La mejor manera de educar es la de enseñar a ver la naturaleza como amiga y la mejor oración es cuidarla. Enseñar a los niños y despertar conciencia en los adultos, sería el mejor logro.
Algo para tener en cuenta, si se hace un proceso de reciclaje, convirtiendo los desechos en materia prima y se prolonga la vida de otros, estamos haciendo un ahorro significativo de tiempo y dinero. Las empresas de aseo tendrían más recursos para dedicarlos a mejorar sus servicios y su eficiencia, y bajarían las tasas de aseo. Recordemos que alrededor del 50% de la basura se puede recuperar.
Con el aporte de todos sí llegaríamos a ser La Tacita de Plata.